El carácter profético del  poema El Clarel

El carácter profético del  poema El Clarel

DIÓGENES VALDEZ
Parecería como si Hermann Melville hubiese escrito su poema El Clarel a la luz de las realidades políticas y económicas del mundo de hoy, y no a mediados del siglo XIX. El notable crítico norteamericano Vernon Louis Parrington piensa, que Hermann Melville era un ferviente defensor de la democracia, a pesar de la actitud crítica que sustentaba frente a dicha expresión política.

Pero es evidente que, mientras el autor de Hojas de hierba sólo veía el lado positivo (o el que más le convenía) de dicho sistema, sin llegar a cuestionarlo, Melville contemplaba todo lo contrario y se referían a esa democracia que él estaba sufriendo en carne propia y por tanto, la estaba obligado a describir desde su vertiente más tétrica.

Después de mostrárnosla con lóbregas pincelada,s calificándola con epítetos como: ramera, gran Diana de la vida airada, meretriz y advenediza salida de la hez de los hombres, él profetiza que tal vez aquella “vieja tierra de la inercia”, como llama a los países del continente asiático, con China a la cabeza, podría detener a esa democracia, que para él estaba putrefacta.

Melville parece anunciar el despertar del continente asiático, en lo que parece un recuento de la actualidad, cuando Japón, Tailandia, Hong-Kong, etc., han dado el gran salto convirtiéndose en potencias económicas, o prever que países como Pakistán, India, que han dominado la tecnología del átomo, podrían convertirse reales potencias militares.

Hacia lo interior de esa “democracia” dentro del llamado “Mundo Nuevo”, no sólo marchan velozmente, sino que el “Estado” (que es la suma de los Estados) vive en forma acelerada, produciendo “huevos preñados”, metáfora que alude a las bombas, presumiblemente nucleares, aunque para la época en que Melville escribió dicho poema, esos mecanismos de destrucción masiva, no existían. Es posible que en esta alusión se encuentre una profecía. Melville también se refiere a “los combustibles que duermen pero que han de despertar”, en referencia quizás a los depósitos de hidrocarburos, que tampoco en su tiempo se habían comenzado a explotar comercialmente.

La intuición poética (y profética) de Melville se torna más precisa y acuciosa cuando se atreve a pronosticar que “la catástrofe viene, y llegará”, en una especie de apocalipsis contemporáneo.

¿Acaso no es lo que está sucediendo en estos momentos en varios lugares del planeta, en la que el arquetipo de la democracia occidental se encuentra involucrado en violentos acontecimientos? ¿No serían las palabras de Melville un anticipo de lo que sucedería en New York el 11 de septiembre del 2003?

Esa catástrofe pronosticada parece haber tomado una escala ascendente, con una serie de “replicas y contrarréplicas” y nadie parecer prever cuando alcanzará su punto más alto, ni el definitivo. Las nubes que se ven en el horizonte, no permiten prever nada bueno. En estos momentos, el planeta Tierra se ha tornado más inseguro que nunca.

Pero, ¿quiénes son los culpables de la inestabilidad en nuestro planeta? Melville parece tener la respuesta, y hasta parece decirnos nombres y apellidos de los responsables de tanta inseguridad, cuando en su poema apunta, que “mucho mal puede hacer un demagogo y ¿qué diremos cien mil de ellos?”.

Y bastaría volver a dar una ojeada al horizonte para percatarse de que “ya pueden verse los gérmenes” en las guerras más actuales, en las que aparecen “millares de hombres desempeñando papeles bajos”, mintiendo para justificar la industria de la muerte, “rebajados en pro de la igualdad al nivel de la vulgaridad.” O, ¿acaso no será esta última sentencia una referencia anticipada de aquella igualdad que preconizaba el comunismo.

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