LONDRES, (ZENIT.org). Según el cardenal Godfried Danneels no hay terapia más eficaz que la oración una de las formas de ejercitar la esperanza para una sociedad depresiva y desesperada en la que vivimos y trabajamos.
Así lo afirma en un comentario por escrito el 21 de abril, con ocasión del lanzamiento de CASE («The Catholic Agency to Support Evangelisation»), una nueva agencia nacional constituida por los obispos católicos de Inglaterra y Gales orientada a sostener la evangelización.
Titulada «Cristo, Esperanza para un nuevo milenio», la intervención del cardenal Danneels arzobispo de Malinas Bruselas y presidente de la Conferencia Episcopal de Bélgica «ayudará a impulsar» el lanzamiento de la agencia, creada para apoyar y formar a los católicos a compartir y difundir su fe, explica el servicio católico de comunicaciones de la Iglesia Católica en Inglaterra y Gales.
Y es que esta evangelización debe llevarse a cabo en un contexto en el que en todas partes «hay alguien que está deprimido por nuestros tiempos y no pasa un día sin que los periódicos ofrezcan titulares con desalentadoras noticias» que reflejan «guerra y violencia, genocidio, desempleo, crimen y terrorismo, y una gran confusión ética», describe el cardenal Danneels.
El panorama actual revela una sociedad que «ha perdido la confianza en sí misma»: «flota desamparada como un astronauta en su nave en busca de algo sólido que asir. La gravedad que surge de los grandes ideales religiosos en Europa ha desaparecido», compara en el texto.
A la «crisis de interioridad», se suma «la desaparición de ideales y proyectos» que lleva a la humanidad a ser «narcisista y consumista». «Existe un gran vacío interior, soledad y desaliento», y la juventud es quien más sufre todo esto, pero persiste la pregunta «¿cómo puedo ser feliz?», constata el purpurado.
En su camino, la gente busca guías, pero éstas sólo son «terapias a corto plazo» o «falsas guías»: desde medicación que «está alcanzando proporciones alarmantes en nuestro tiempo» a alcohol y drogas, o publicaciones que excluyen «todo sendero a la felicidad que pueda requerir reflexión, autocontrol, esfuerzo, conversión o búsqueda de una vida más espiritual y ética», advierte el cardenal Danneels.
O si hay una alusión a la espiritualidad, entonces se sitúa en el área del esoterismo y técnicas de salvación automáticas observa. La conversión del corazón y del interior de la persona no se considera.
Alerta el prelado que otra «vía de escape» es el fenómeno de «reemplazar todo el legado cristiano (…) con un mundo paralelo de visiones, avisos divinos y apariciones (…) diseñado para hacer feliz a uno», una perspectiva en la que entra la Nueva Era.
Sin embargo, la clave para toda esta situación tiene un nombre, adelanta el purpurado: «es la esperanza».
La persona es un ser compuesto de deseos que continua y eternamente quiere realizar», pero «siente que es finita y constantemente encuentra los límites de la muerte» explica el cardenal Danneels. La gente se siente «atrapada en lo temporal y aún abierta a lo infinito» y «sabe que en los límites de la existencia terrena nunca podrán realizar lo que más desean.
Por lo tanto, no pueden hacer nada más que esperar: así está hecha la persona humana», recalca el purpurado. Y hay una forma en que el Cristianismo entiende la esperanza: «un portador de esperanza vendrá: el Mesías. Él cumplirá las promesas y realizará esperanza», revela.
Y es que la alternativa a la utopía es la creencia de que Dios mismo interviene en la historia humana (…). La esperanza no la hacemos nosotros, es otorgada; existe una promesa de que viviremos después de la muerte, explica.
En síntesis insiste: la esperanza cristiana descasa no en la gente, sino en las promesas de Dios y en el poder de Dios», algo en que la Biblia es clara: «Dios cumple todas sus promesas y Él es causa de esperanza». La promesa final es cumplida en el hecho de la Resurrección de Cristo, «donde la esperanza cristiana encuentra su definitivo fundamento.
[b]El ejercicio de la esperanza y sus iconos vivos [/b]
Sólo hay un medio para ejercitar la esperanza advierte el cardenal Godfried Danneels: orar y mantenerse vigilantes», en una «actitud de expectación.
Orar también es suspenderse pacientemente entre el pasado y el futuro», «pero es igualmente esperar con ansia con corazón ardiente los días que vendrán, el retorno del Novio Marana tha», describe.
La oración prosigue es expresar gratitud por todo lo que nos ha precedido, pero también profundizando en las promesas que aún han de cumplirse.
Para una cultura (¡y una Iglesia!) en tiempos depresivos, ¿puede haber una terapia tan eficaz como la oración?, plantea el prelado.
Además advierte de «un segundo medio para ejercitar la esperanza: el compromiso. Y es que la esperanza nunca se materializa cuando la gente no se compromete, ni toma decisiones ni opciones. Una cultura sin esperanza nunca tiende a un compromiso.
Y alerta de que existe en nuestro tiempo la tendencia a no esperar: todo debe ser inmediato. Ante ello, sugiere aprender a hacer del tiempo «nuestro aliado», con la esperanza de que «volveremos a ser otra vez sensibles hacia un artículo de fe que ha desaparecido completamente: la Providencia de Dios.
La imagen por excelencia de la persona de esperanza es el mártir constata . Es alguien que no tiene nada más en que apoyarse. Sólo Dios permanece como su roca y fortaleza. Cara a cara con la muerte, toda autosuficiencia desaparece. El mártir ya no puede hacer nada más. Deben abandonarse completamente.
De ahí que el mártir sea «icono de esperanza». De hecho, de lo único que puede vivir es de la esperanza: esperanza divina que sólo puede encontrar apoyo en Dios.
Aun hay mártires en la Iglesia; no siempre derraman su sangre»: «son los que se atreven a intervenir en los gulags de nuestra sociedad, quienes firmemente siguen creyendo en Cristo, incluso cuando son ridiculizados, quienes resisten el impulso del racismo, exclusión y marginación, y los lemas de la opinión pública, reconoce el arzobispo.
Son los que siempre perdonan, aún cuando mucho se haya hecho contra ellos, y quienes devuelven bien por mal. Mientras estén ahí, la esperanza nunca morirá, concluye.