El cardiólogo y el banquero

<p>El cardiólogo y el banquero</p>

J. ENRIQUE ARMENTEROS RIUS
Al leer la magnifica exposición sobre El Cardiólogo, que publicó en el periódico HOY el señor Manuel Cocco, se me ocurrió pergeñar algunas notas, como diría Salvador Ortiz, para añadir un testimonio acerca de la persona a que dicho  texto se refiere y para establecer un paralelo con otro profesional entrañable. Ocurre que allá por al año 1962, en compañía de un par de diplomáticos extranjeros, estaba viendo en la televisión un debate entre dos grupos de universitarios: de un lado estaban Bernardo Defilló, José Joaquín Puello y González Canó, y del otro José Israel Cuello, Asdrúbal Domínguez y un tercero cuyo nombre no recuerdo.

En aquellos tiempos la nación bullía en ideales y proyectos patrios. ¡Qué lejos de lo que se debate hoy!

Al terminar el enfrentamiento ideológico, uno de los diplomáticos que me acompañaba dijo: «Al oír a estos jóvenes, empiezo a tener respeto a los dominicanos».

Decía Víctor Hugo que «nada hay más poderoso en la tierra que un ideal cuyo tiempo ha llegado». Y precisamente el cardiólogo asumió el ideal con esa fuerza, con esa pasión. Luchó y luchó hasta que finalmente consiguió el triunfo.

Y, por esas paradojas de la vida, con el triunfo se ganó un castigo, que estoy seguro él esperaba. Se fue para su casa, pero con el corazón lleno de un sano orgullo que le permitirá vivir tranquilo el resto de sus días porque hizo su contribución y cumplió con su responsabilidad social.

Al pensar en el cardiólogo, su lucha y su triunfo, me vino a la mente la figura de otro que también tuvo su ideal y luchó con denuedo por él. En este caso se trata de un banquero.

Allá en su tierra natal, el Canada, un joven – que luego conoceríamos como Larry, un ser humano extraordinario que se haría merecedor del respeto y afecto de quienes lo conocieron – empezó a trabajar en el Royal Bank como un simple escribiente en Regina, una pequeña localidad perteneciente a la provincia Sascatchewan. Su primer cargo importante fue el de gerente de una sucursal de ese banco en un pequeño pueblo ubicado en lo alto de una montaña casi siempre cubierta de nieve, a donde se llegaba por un funicular. De ese lugar, donde cumplía sus obligaciones con el apoyo de un solo empleado y de otra persona que limpiaba la oficina, bajaba en el mismo funicular que lo esperaba hasta que, al final del día, él cuadraba la caja.

Paulatinamente ese joven empleado de banca fue escalando posiciones. Lo enviaron al extranjero y fue gerente en Nassau, Puerto Rico, Lima, Venezuela y La Habana, para luego volver a Canada por un período de tres años. Entonces regresó a Uruguay y de ahí pasó a Santo Domingo como asistente del supervisor del banco en Puerto Rico, Santo Domingo y Haití.

Fue trasladado a Canada, situación que lo obligaba a dejar aquí una hija que había tenido y que había casado con un dominicano. Quería estar cerca de su única hija y añoraba este país, que consideraba suyo. Entonces, hacia 1976, volvió a ser nombrado – o se autonombró – gerente en Santo Domingo. Llegó a República Dominicana, a aquel famoso Royal donde no existían los sobregiros ni los tránsitos, donde se depositaba los fines de semana para girar contra esos fondos cuatro o cinco días más tarde, donde los dueños de cuentas debían cerrarlas una vez al año para demostrar su capacidad de pago.

Fue entonces cuando después de muchos años, de cultivar muchos amigos, de hacer muchos favores, entre los que se incluye aperturar a contrapelo las últimas cartas de crédito que el Banco Royal abriera en el país, el banquero también entendió que había llegado la hora de que su ideal, con el que había soñado, fuera una realidad: convertir al Royal Bank en un banco dominicano, el Banco Royal Dominicano. De ese modo buscaba dar forma conforme a la ley a lo que en verdad sentía el pueblo, que percibía como sus bancos al Royal y al Reservas, los cuales tenían presencia en las principales ciudades del país.

Los estudios necesarios para la realización de este proyecto llegaron al Banco Central, donde se había avanzado mucho. En efecto, el gobernador de entonces lo había juzgado como de mucho provecho para el país. Pero de pronto todo se paró. La mano invisible que tantos proyectos buenos detuvo y tantos malos impulsó hizo también aquí de las suyas. Entonces el Royal Bank retiró finalmente su proyecto del Banco Central. La institución fue vendida y su cartera, que aglutinaba una buena parte del ahorro privado del país y que constituía la reserva estratégica para el retiro y la estabilidad económica de muchas familias, empezó a dar tumbos hasta acabar sepultada en el hoyo del Baninter.

A partir de entonces se aflojaron las normas consuetudinariamente aceptadas y surgió lo que algunos en su momento denominaron la democracia económica, al tiempo que se imponía en muchos casos el estilo de la banca espléndida. No era más que un verdadero festival de bancos, algunos de los cuales se manejaban con un criterio tan personal que el pueblo los identificaba como el banco de Zutano o el banco de Mengano.

Todo eso le causó un grave daño al sector financiero de la República Dominicana, lo que empezó a manifestarse en hechos hasta entonces desconocidos como fueron los feriados bancarios y desembocó en la hecatombe de los tres bancos, lo que abrió una nueva era en la República. De seguro todo eso o, por lo menos la mayor parte, se hubiera evitado si el Royal Bank hubiera seguido siendo, con el Popular y el Reservas, el pilar del sector financiero dominicano en aquellos años.

El banquero no logró su objetivo. Le quebraron su ideal, y no solo el ideal, sino que por coincidencia e ironía del destino, también se le quebró su corazón. Mientras el cardiólogo que cuidaba corazones triunfó, al banquero le falló el corazón.

Gracias a Dios, hoy soplan otros aires. Los tiempos han cambiado. Nuevas orientaciones, nuevas directrices, nuevas prácticas de supervisión parecen haber dado fin a esa pesadilla. Confiamos en que nuestra banca está empezando a vivir una nueva etapa, en la que ideales como los que propulsaba el banquero deberían tener una excelente acogida, en beneficio del país y, más específicamente, del sistema financiero dominicano.

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