MANUEL A. COCCO
Admito que me unen lazos de amistad muy profundos con el cardiólogo. Por años nuestras familias se conocen, respetan y apoyan mutuamente. Diferencias, claro que las hemos tenido, muy fuertes en ocasiones, pero eso de ninguna manera, en ningún momento ha sido factor para ignorar la calidad humana, profesional, moral y liderazgo del cardiólogo. Es una mente privilegiada, “sabe de todo y, de lo que menos, sabe demasiado”, como diría otro amigo intelectual a quien también admiro.
Trabajar con alguien tan capaz, competente, con pensamientos y criterios tan propios, donde es materialmente imposible imponer criterios otros que el bien común, ajeno a intereses particulares o empresariales, no es tarea fácil para un tercero. Más aún cuando esos terceros actúan con motivaciones mercuriales, en ocasiones carentes de intelecto, pero jamás ingenuos, en adición. En una sociedad con una ausencia de valores tan inmensa, las cualidades del cardiólogo sobresalen todavía más; él no perdió, ganó como siempre; pena que ese triunfo no fuera de la sociedad, sino del cardiólogo. Esta sociedad que hoy vivimos hizo que fuera un triunfo individual, no colectivo. No lograron arrodillarlo, solamente el valor, honestidad, tenacidad y terquedad hicieron posible su estadía.