La obra de Juan Bosch, “De Cristóbal Colón a Fidel Castro- El Caribe: Frontera Imperial” relata ese ámbito geográfico, mencionado como el espacio de las grandes confrontaciones entre las potencias occidentales por la hegemonía, a lo largo de la historia moderna, la que tiene en estos tiempos de la postguerra fría una connotación nueva, que en buena parte es el producto de los últimos cien años, en los que Estados Unidos de América ha ejercido una influencia incuestionable en el destino de casi todos los países ribereños de la región, la más cercana a esa superpotencia, además de Canadá.
Con efecto, todo un siglo de agresiones e intervenciones militares y políticas; así como de intercambios desiguales en los ordenes económico, social y cultural, no todos negativos, pero siempre disruptivos del natural desenvolvimiento de esa región, han producido efectos muy deletéreos en esa veintena de comunidades continentales e insulares del Caribe que en conjunto han derivado en una frontera “infernal”.
En una rápida revisión de estos países, podemos decir que México, su vecino más cercano, ha recibido de Estados Unidos centenares de agravios y algunos beneficios de esa cercanía, pero sufre los efectos del narcotráfico incontrolable y del dominio de los grandes capos en guerras interminables con las autoridades; que se derivan del gran mercado de consumidores que es la potencia del Norte; Colombia, con 60 años de guerra civil inicialmente causada por su oligarquía de terratenientes y actualmente principal granero de las drogas que corrompen hacia adentro y allende sus fronteras; Venezuela, convertida en un campo de confrontaciones, miserias y emigración; Cuba, llena de precariedades y desconfianzas; Guatemala, Honduras y El Salvador, padeciendo los efectos del terrorismo, las bandas armadas y la emigración; República Dominicana y Haití, que enfrentan la desigualdad, la miserias, el despotismo y la corrupción; Puerto Rico y Jamaica, padeciendo el flagelo de la drogadicción, la descapitalización y una descolonización nunca completada; Nicaragua aislada y llena de incertidumbres; Panamá, envuelta entre la prosperidad y la corrupción galopante, y Costa Rica, un aparente oasis de paz, pero con graves problemas migratorios y de delincuencia; y muchas otras comunidades que padecen crisis de identidad, fuga de cerebros y parasitismo ante su gigante vecino.
Lo cierto es que en la República Dominicana, plagada de problemas y padeciendo el despotismo y la corrupción galopante que enfrentamos; nos parece haber llegado al extremo de sus padecimientos; aunque puede llegar más bajo en la inseguridad colectiva, la desigualdad, los malos servicios, la degradación ambiental e incluso en la restricción de las libertades.
Es hora de que nos unamos para vencer los obstáculos institucionales para vencer el despotismo y crear una nueva cultura de la tolerancia y de la igualdad real de derechos civiles y políticos.