El carnaval de Gomorra

El carnaval de Gomorra

LUIS SCHEKER ORTIZ
La Ley No. 14-91 que instituye un sistema de Servicio Civil y Carrera Administrativa, con fines de profesionalizar la administración pública dominicana, nació para ser violada y prostituida.

Poco después de su promulgación, el propio Presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, le quitó su legitimidad. La proclamó natimuerta, inviable, y la echó al olvido.

Su afán de pasar a la historia en las postrimerías de su carrera política como un estadista renovador, claudicó frente a sus apetencias desmedidas de perpetuarse en el poder, aún con malas artes.

Sus aventajados discípulos, los que elevaron al cielo su brazo triunfador de la muerte, en una malhadada «Alianza Patriótica»; los que le proclamaron desde el pedestal de Congreso perredeísta «Padre de la Democracia»; los candidatos y líderes que se apresuraron a reiterarle honores y pleitesías y dirigirse a la Máximo Gómez 25 para abrevar de sus labios sus sabios consejos para negar mil veces la reelección y aferrarse a ella, y todos ellos y muchos más, abjuraron de esa ley: de sus principios, de sus objetivos, de su propósito y de los métodos propios del sistema institucional creado para desterrar el despotismo, el nepotismo, los abusos y la corrupción, actos y comportamientos que han desprestigiado la función pública al extremo de convertirla en un relajo, algo caótico y degradante con su carnaval de nombramientos, entre otros males, y el irrespeto a la ciudadanía, algo que me hizo recordar, por lo grotesco, algunas escenas del Carnaval de Sodoma, la novela del exitoso escritor dominicano Antonio Valdez, llevada al cine y exhibida, sin grandes méritos cinematográficos, en la Muestra Internacional celebrada recientemente.

Ignoro qué tan fiel es el libreto a la novela, ya agotada, pero no es de extrañar que el fecundo imaginario del autor y del libretista, partiendo de algunas realidades, ciertamente se separaron de lo que fue y llegó a ser del famoso Royal Palace, hotel restaurante de los chinos del parque, para plasmar en el celuloide un incordio, un ambiente de prostitución y perdición que ofende, pero satisface, no hay duda, irreverentemente, el morbo de sus habitué que se regodean en lo nauseabundo de los placeres mundanos de aquel lugar, donde otrora vendedores y comisionistas en ruta, pernotaban sanamente, sin dejar de ser también frecuentado por la juventud y por gente decente de la sociedad que ven en la caricatura grotesca del Royal Palace proyectada en el cine, uno de los lugares más emblemáticos que acogió la siempre culta y olímpica ciudad de La Vega, totalmente desnaturalizado.

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