El caso de Alí Babá

El caso de Alí Babá

También de Alí Babá se tuvo sospecha por adquisición fraudulenta de riqueza. Fue denunciado por ello, aunque no por los medios de comunicación social. La presunción de que adquiría riqueza inexplicable, por tanto, no tuvo carácter mediático. Tampoco su caso fue propalado en la ciudad persa en que vivía. Más bien se manejó discretamente, pues ni siquiera el kadí supo de ello. Quienes tuvieron plena seguridad de que Alí Babá jugaba con sus cuartos fueron los cuarenta ladrones de Hussein. No fue apresado ni torturado conforme se desprende de la narración hecha por Scherahzada al Sultán Schariahr.

Sin embargo, tengo para decirles que Alí vivió instantes amargos. Le bastó que aplicase la fórmula de “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” para dormir con un ojo abierto. Era un mísero leñador cuando, por casualidad conoció el secreto de Hussein y sus cuarenta ladrones. El mismo día en que supo lo del ábrete sésamo y del ciérrate sésamo cargó con parte del tesoro de los siniestros ladrones. Como estaba escondido en la copa de un árbol sobre la entrada del cerro, pudo contarlos. “Uno, dos, tres…” y así, hasta llegar a los cuarenta. Entonces escuchó la voz estentórea de Hussein, a quien habría de identificar cuando lo tuvo muerto a sus pies.

El caso de Alí Babá es más complejo –y tormentoso-, que el del Pedro Gil de la leyenda andaluza recogida por Washington Irving. Poco después de que se hubieran ido los cuarenta ladrones, probó con un ábrete sésamo. Y la cueva se abrió. Esa noche llegó a su casa con leña para disimular lo que sus tres jumentos llevaban en las árganas. Su mujer, que fue advertida por Alí para que no hablase de aquello, fue tremendamente indiscreta. Pidió a la mujer de Kasín, el hermano de Alí que los menospreciaba, que le prestase una medida de granos. ¿Por qué, se dijo la envidiosa cuñada, pide esta mujer que vive en pobreza rampante, un celemín?

Prestó el artefacto. Le untó sebo en el fondo y los lados. Además de indiscreta, la mujer de Alí era poco observadora. Al devolver la medida obvió fijarse en su interior. La devolvió con una moneda de oro y aquello fue el principio de todos los sufrimientos y los asesinatos contados por Scherahzada al Sultán. No era ya un indicio a partir del cual podía alguien suponer que la familia de Alí se enriquecía. Más que indicio, aquella moneda era una evidencia como muchas otras que los medios de comunicación social se atreven a propalar en nuestros días.

Por suerte para Alí Babá, su propensión bondadosa lo llevó a criar a Morgana. La fiel esclava, que paró en esposa del hijo mayor de Alí Babá, fue decisiva en la aniquilación de los cuarenta ladrones y la salvación de la familia. Los aconsejo leer este cuento de “Las Mil y una noches”. Talvez por él nos demos cuenta que la inusitada riqueza deja huellas. No importa que un astuto Alí Babá sofrene a la mujer e intente lograr que una modesta inclinación evite decir a los cuatro vientos que se alcanza riqueza nueva.

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