El caso de los haitianos en la frontera

El caso de los haitianos en la frontera

FRANCISCO ÁLVAREZ CASTELLANOS
Los haitianos siempre serán un problema en nuestra frontera con Dajabón, donde el río Masacre es un miserable arroyo que se pasa de un salto.

Son decenas de miles los haitianos que se encuentran en el país, trabajando (eso sí, trabajando honradamente) fundamentalmente en nuestros campos de caña y en la industria de la construcción.

Ellos entran y se van con relativa facilidad y eso siempre será un peligro, ya que puede llegar el momento en que un político demagogo suba al poder en la vecina nación y pretenda hacer realidad aquello de que «la isla es una e indivisible».

En los últimos días cientos de haitianos que habían regresado a su país con motivo de las fiestas pascuales, trataron de reingresar a nuestro territorio, lo que fue legalmente impedido por autoridades de Migración. Lástima que eso no se haga a lo largo de los poco más de  300 kilómetros de la frontera.

La actuación de Migración encontró de inmediato el rechazo de los sacerdotes jesuitas Regino Martínez y Ramiro Pampols quienes, según mi especial criterio, parecen creer que los vecinos tienen derechos especiales en la frontera. Lo de Martínez, y otros más de su misma especie, no nos asombra ni nada parecido, porque ya nos han acostumbrado a su «trabajo».

Unos 351 haitianos trataron de reingresar a su país a través del puente sobre el río Masacre, y los curas citados iniciaron una «vigilia permanente» con el fin de que las autoridades dominicanas bajen la guardia en este caso.

Resulta que todos los lunes se celebra en Dajabón un mercado bi-nacional, en el que los comerciantes haitianos pasan sin ningún problema a la ciudad dominicana, y retornan a sus casas, situadas especialmente en Juana Méndez. Esto se ha hecho desde hace más de 65 años. Cuando tenía nueve años viví con mi familia en Dajabón y los sábados cruzábamos la frontera (por la puerta de la fortaleza), donde mis padres asistían, sin ningún problema, al mercado de Juana Méndez.

Eran unos dos o tres kilómetros ya que, a pesar de nuestra corta edad (éramos cuatro hijos), hacíamos el «viaje» a pié.

Actualmente la situación no ha cambiado, pero pudiera ser si se encuentran personas que, actuando más políticamente que de otra forma, le den un tono conflictivo a la situación.

Nuestra Iglesia Católica no está pasando por su mejor momento, lamentablemente, a pesar de la extraordinaria labor pastoral del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez. Eso se debe a que algunos curas se precian de que debajo de la sotana llevan pantalones. Yo diría que solo llevan sotana cuando «ejercen», que son los menos, gracias a Dios.

A mí y mis hermanos nos enseñó el Padre Nuestro y el Ave María el padre Fantino, un sacerdote italiano que vivió en el Santo Cerro y que nos sentaba en sus piernas para rezar con nosotros.

Y tuve un tío cuya estela como hombre y religioso hizo historia: el padre Castellanos. Además, debo confesar que estuve en el seminario pero entendí, a tiempo, que no sería un buen sacerdote y dejé esos estudios.

Para terminar, repetiré lo que ya he dicho en varios artículos: nuestras relaciones con Haití deben mantenerse en el más alto nivel, como están ahora, y hay que evitar cualquier roce que pueda enturbiar esas relaciones.

Debemos ser los mejores vecinos del mundo.

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