La derecha cavernaria nunca descansa. Igual que el izquierdismo furibundo, no se rinde. No se da por vencida. Implacable, espera el momento propicio para saldar cuentas. Convertir a sus combatientes en seres malditos. No puede perdonar a quienes, venciendo el miedo, luchan por la libertad y los derechos de todo un pueblo. Los que se impusieron la enorme tarea de hacer Justicia, así con mayúscula; de revindicar derechos.
De investigar, denunciar y sancionar los intocables de horca y cuchillo, poseídos del poder absoluto que garantiza la impunidad, exponiendo sus propias vidas, ser expulsados de la patria, torturados o exterminados por dictadores, tiranos, déspotas ilustrados o ignorantes, y sus aliados, prestos a servirles, ahítos de ambición y de poder. Ellos tienen nombre y apellido: Pinochet, Franco, Trujillo, Gadafi, George Bush. Pertenecen a una ralea digna de la Divina Comedia. Contra esta estirpe maldita, el Juez Garzón indetenible, con las armas de la Justicia y el Derecho en sus manos, hizo historia. Con coraje invencible, sin detenerse en pensar en las vueltas que da la vida, rasgó las vestiduras de la impunidad y demostró que sí se puede. Y esa es toda su culpa.
Enfrenta ahora un infamante juicio por quienes, sin tener un ápice de su coraje ni de su pasión por la verdad y la justicia, se arrastran pretendiendo juzgarlo. Destruirlo moralmente.
Inhabilitarlo de las funciones que honró, satanizándolo. Vano empeño. Acusado de prevaricación, es juzgado por sus pares, los mediocres, esa existencia gris y amarga a quienes Dios, en su infinita crueldad, ha bendecido con delirios de grandeza y de titanes, definidos por Carlos Ruiz Zafón, español por más señas, en El Prisionero del Cielo, porque la vida es generosa hasta con los mediocres.
Se le acusa de extralimitarse en sus funciones como si el brazo de la justicia tuviera fronteras. Como si los crímenes lesa humanidad prescribieran. Como si el odio contra el crimen, no contra los criminales, no fuera oficio del verdadero amor al prójimo, víctima de los abusos del poder, del vandalismo.
El juez disidente, el que trastorna el sistema convencional y lo ennoblece porque, fiel a sus convicciones, no puede ser sobornado ni reprendido por su forma de ser, se torna perjudicial e insoportable: hay que inhabilitarlo. Sacarlo de circulación. No otra cosa se pretende hacer contra el Juez Garzón y se ha hecho aquí, recientemente, por el Consejo Nacional de la Magistratura y otras instancias, no por primera vez, ésta contra el Magistrado de la Suprema, Julio Aníbal Suárez, descalificado, igual que otros, por no acoplarse a los demás y ser independiente, capaz de pensar y expresarse con libertad, sin ataduras, virtudes del oficio de juzgar que lo exalta. Porque, como unos cuantos, se niega a formar parte de una nación de borregos.