La política dominicana se ha mantenido desde los inicios de la República, dentro del caudillismo y el antintelectualismo; si bien ha tenido influencias del liberalismo, que han sido fundamentales en nuestro devenir.
Así, hombres y mujeres como Juan Pablo Duarte, trataron de establecer una sociedad liberal; pero los caudillos hateros y madereros impusieron su voluntad, mientras luchaban contra Haití, aunque sin vocación patriótica real.
Más tarde, consumada la anexión a España, se impuso el caudillismo local y regional, que impuso autoridades.
La intervención norteamericana del 1916-1924 se encargó de que enseñoreara en el país el caudillismo de base castrense, es decir, impuesto por una maquinaria militar que superó a los caudillos locales, por su mejor formación y armamento. Esta fue la base política de la tiranía trujillista, lo que ya había intentado hacer Alfredo Victoria en 1911-1912 bajo el gobierno titular de su tío Eladio.
A la caída de Trujillo, se terminó de establecer un caudillismo de intelectuales de la pequeña burguesía urbana educada, representada por Balaguer, Bosch y Peña Gómez, cada cual con su estilo. El primero sustituyendo en parte el terror trujillista por las prebendas y las obras públicas, el segundo, intentó desarrollar una clase media democrática; y Peña Gómez, después de apoyar a Guzmán y a Jorge Blanco, no alcanzó a título propio al gobierno.
El siglo XXI ha sido testigo de un nuevo tipo de gobierno, que yo califico de “caudillismo tardío”, en virtud del cual los detentadores del control partidista, utilizan el dinero, las presiones y la manipulación sobre las masas y los demás políticos, para mantenerse en el poder y esquilmar las arcas del Estado en su beneficio.
Dentro de ese contexto, y frente al repudio generalizado a los golpes de Estado, conquistado por la Revolución Constitucionalista de abril del 1965, los partidos políticos han asumido un rol relevante en el control estatal.
Pero, particularmente el PLD, ha terminado estableciendo mecanismos de caudillismo clientelar, que lejos de fortalecer sus componentes democráticos, han ido afianzando sus aspectos clientelistas.
De esa manera, la militancia y dirigencia media de los partidos tienden a reaccionar, rechazando toda manipulación que pueda interpretarse como disidente o contraria a la línea establecida por las cúpulas, e impidiendo que la militancia participe en actividades que no sean indispensables para mantener su estatus.
Este antintelectualismo de nuevo cuño de los partidos del sistema no permite desarrollar mejores expectativas con respecto del statu quo vigente.
La actitud avasallante de los modernos caudillos y aspirantes a caudillos, impide que el accionar de los partidos dé paso a una mística y acción prácticas basadas en la realidad social de nuestro país, ya que solo se da importancia a la búsqueda afanosa de votos y a la de autoridad establecida, a excepción de los abogados y economistas en ejercicio y en parte a los que saben o dicen saber de propaganda, o a buscar votos en sus comunidades. A lo sumo, los que quieren ser escuchados se autodenominan “politólogos”, y pare usted de contar. Definitivamente, hay que renovar el partidarismo dominicano…