El cementerio de Oslo

El cementerio de Oslo

Antes de que se arrestara a Anders Behring Breivik, autor de los atentados que conmovieron a Noruega y al mundo, y que costaron la vida a 76 personas, todo el que se enteró de la noticia pensó que se trataba de otro acto de terrorismo de los sospechosos de siempre: los fundamentalistas islámicos.

La sorpresa sería grande cuando, al transcurrir las horas, resultaría que a quien se atribuía la responsabilidad de los atentados no era otro que un militante de la extrema derecha, autor de un manifiesto de 1,500 páginas donde apelaba a sus conciudadanos europeos a “una cruzada contra el Islam” y a un rechazo de la izquierda “multiculturalista” europea.

Es paradójico que todos pensáramos que los responsables eran los terroristas islámicos. Y es que el terrorismo es un invento de Occidente.  Ello explica la insensatez de los atentados de Noruega porque precisamente el terrorismo surge en Europa como una técnica de aterrar a través de lo absurdo.  Ya le decía el señor Vladimir, diplomático ruso en la novela “El agente secreto” de Joseph Conrad, al agitador Adolf Verloc, agitador a su servicio, al recomendarle volar el Observatorio Real de Greenwich: “Ataca el meridiano cero. Tú no conoces tan bien a la clase media como yo. Tienen la sensibilidad hastiada. El meridiano cero. Nada mejor y nada más fácil, en mi opinión”. Y es que de lo trata el terrorismo es de realizar “un acto de ferocidad destructiva tan absurdo que resulta incomprensible, inexplicable, casi inconcebible”.

El terrorismo, por tanto, es destructivo no solo por la destrucción material y humana que acarrea sino, sobre todo, porque ataca las creencias más caras de la sociedad. Como señala Verloc, “la locura por sí misma es ciertamente aterradora, porque no es posible aplacarla con las amenazas, la persuasión o los sobornos”.

Lo que revelan las acciones de Breivik es que, contrario al discurso del “choque de civilizaciones”, lo que se está viviendo es, para usar la frase de Slavoj Zizek, “el choque dentro de cada civilización”. Choque causado por más de dos millones de militantes de la extrema derecha estadounidense, organizados en 824 grupos, de los cuales hay 330 milicias armadas, de donde salieron los hombres causantes de los atentados de Oklahoma y de ántrax y de donde surgen cientos de sitios web en los que encuentran fuente permanente de inspiración gente como el asesino de Noruega.

Lógicamente esos grupos se inspiran en la verdadera “pasión primordial” que mueve el universo y “calienta los corazones”, como diría el protagonista de la última novela de Umberto Eco, “El cementerio de Praga”.  Para Simonini, como para cualquier teórico de la conspiración judía,  “hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados de la propia miseria. Ahí están los judíos. La divina providencia nos los ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío a quien temer y odiar”. Ahora hay que rezar para que haya siempre un musulmán, un sudaca, un latino, un dominicano, un haitiano, a quien temer y odiar.

  El manifiesto de Breivik, titulado “2083: Una declaración de independencia europea”, inspirado en los escritos de los islamófobos estadounidenses y del Unabomber, Ted Kackzynsky, en la peor tradición de “Los protocolos de Zión”, identifica ese otro a quien odiar en los islamistas que buscan restablecer el imperio otomano en Europa y en el “marxismo cultural” cuyo discurso hegemónico es determinante en la expansión del “capitalismo global”. Curiosamente, aquí coinciden el marxista Zizek y el derechista Breivik. Según el filósofo esloveno, “nuestras batallas electrónicas giran sobre los derechos de las minorías étnicas, los gays y las lesbianas, los diferentes estilos de vida y otras cuestiones de ese tipo, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal. Hoy la teoría crítica -bajo el atuendo de ‘crítica cultural’- está ofreciendo el último servicio al desarrollo irrestricto del capitalismo al participar activamente en el esfuerzo ideológico de hacer visible la presencia de éste”.  Podríamos aquí parafrasear a Zizek, quien a su vez parafrasea a De Quincey, y decir: ¡cuánta gente ha empezado con una inocente lectura crítica de Frederic Jameson, Terry Eagleton y Edward Said y termina como un sangriento y frío terrorista en Noruega! 

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