El Centro Cultural Mirador: arte, arquitectura, ambiente

El Centro Cultural Mirador: arte, arquitectura, ambiente

Consideramos indiscutible que República Dominicana se distingue por una red cultural, cada vez más ramificada y abarcadora, en edificaciones y dimensiones, en disciplinas y producciones artísticas. Tiene otras tres características: una armonía y colaboración entre los sectores público y privado, una total apertura y ausencia de elitismo en los productos culturales ofrecidos, una valorización de la identidad nacional,  en el interior del país como en Santo Domingo donde se destaca, en el ensanche La Paz, una nueva, prometedora y polifacética institución.

El Centro Cultural Mirador. Se yergue, en la avenida José Contreras, una casa de bella compostura, aparentemente encastrada entre sus vecinas, pero, antes de que entremos, un mural –de Dionisio de la Paz– crea un primer impacto visual. Es más, llama tanto la atención que requiere detenerse… cuando el “neófito” se percata entonces de que la obra forma parte de la fachada del Centro Cultural Mirador. Ese visitante intrigado emprende un pasillo rematado por arcos de hierro, desemboca en el patio, sigue encontrando otros impresionantes murales, desde el estilo  contemporáneo –Fermín Ceballos, Marcos Lora Read, Jesús Desangles y José Pelletier– hasta el neoclásico imponente de Manuel Toribio. Esta concentración insólita de arte público, de gran calidad e integrado a la construcción, causa un asombro positivo: una mirada estética particular se convertirá en algo permanente, al compás del descubrimiento de un local y un entorno, excepcionales en su aprovechamiento. 

La directora ejecutiva de ese complejo cultural, Purísima de León Guerra, cuyas actividades alían ciencia y arte, expresa: “La Fundación Centro Cultural Mirador Santo Domingo Inc. es parte también de un nuevo proyecto que surge en un segundo período de mi vida, comprometido siempre con el apoyo a la cultura, las artes visuales y las causas sociales de nuestro país.”

Organismo de origen familiar, se plantea ya como un centro de enseñanza, de interpretación, de creatividad, donde oficinas, aulas, galerías, salón auditorium multiuso y escenarios comparten los espacios. Son, por supuesto, áreas diferenciadas y situadas a distintos niveles, pero en cierto sentido intercambiable según eventos y programaciones, una flexibilidad acorde con la mejor utilización de la superficie, construida y al aire libre. Mucho habrá que decir acerca del Centro Mirador y sus actividades en beneficio de la colectividad. No obstante, por la misma índole de un recorrido inicial, guiado por los gestores y responsables del proyecto, ahora dedicaremos  nuestros comentarios  más a la  configuración arquitectónica.

Arquitectura y espectáculo natural. Arquitecto y pintor, Carlos Cuello ha demostrado aquí su creatividad en provecho de una modernidad y una sobriedad, no solamente respetuosas de un sitio muy particular  –el farallón del Mirador–, sino que él lo supo aprovechar, valorizar y mejorar extraordinariamente, articulando partes y conjunto, comunicando la sensación de una óptima continuidad espacial. Programa y sensibilidad se unieron para culminar en una obra tan funcional como original.

La construcción, de geometría sensible y ritmada, se integra naturalmente al lugar con sus niveles y terrazas, jugando con la topografía del terreno, donde se multiplican las plantas endémicas, los árboles en crecimiento… las escaleras y los descansos, sin que olvidemos la convivencia con esculturas de Luz Severino y los hermanos Guillén.

La arquitectura, interior y exterior, alberga   pues un despliegue de jardín en sus muros, y el diseño paisajístico circundante ha sabido conjugar la preservación ecológica y un legado histórico en homenaje a los ancestros precolombinos. La elección de los materiales está en sintonía con ese registro entre siglos y naturaleza, dando relevancia a la piedra coralina, al mismo tiempo que, con impresionantes paneles de vidrio, prioriza el efecto de transparencia y luz para la edificación principal. La tecnología  y una contemporaneidad con carácter también están presentes, en perfecta armonía con el entorno.

Carlos Cuello señala: “Es un organismo que da cabida a todas las manifestaciones del arte y la cultura, sobre esa base tratamos de que fuera un espacio abierto, integral y universal. Podríamos decir, con rasgos de una arquitectura precolombina, pinceladas de una arquitectura griega manifestadas en la robustez, sobriedad de sus columnas y elementos estructurales, y en las pérgolas y cornisas de madera”.

La arquitectura cultural y museística dominicana, a diferencia de una tendencia frecuente en el mundo, nunca privilegia una lujosa –sino narcisista– envoltura en relación con su destinación y contenido. Así mismo sucede con el Centro Cultural Mirador, cuyo arquitecto ha puesto su talento al servicio de las funciones y los fines, presentados por los gestores de la Fundación, a la visión actual y futura de los planes de desarrollo.

¿Qué le hace falta al Centro Cultural Mirador? Si confiamos plenamente en las perspectivas institucionales, las colaboraciones personales y profesionales, la convocatoria de los públicos, como siempre cuando de arte y cultura se trata, los medios y los recursos determinarán el cumplimiento de los ideales, pues una empresa social y altruista de esta clase exige y cuesta. El convenio con el Ministerio de Cultura y el vivo interés que ha manifestado, al igual que el Ayuntamiento, permiten esperar su apoyo. Ciertamente, el Centro Cultural Mirador,  tan atractivo y único en ese sector urbano, amerita que correspondan a sus hechos y sus anhelos, que son los de la comunidad cultural dominicana.

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Diferentes espacios y propuestas

Sala Rafael Díaz Niese para exposiciones de artistas consagrados; Sala Frank Marino Hernández para piezas de colección; Sala Fradique Lizardo  para muestras especiales de objetos; Galería de Arte Joven para artistas emergentes; Sala de Proyectos y Centro de Documentación; aulas de enseñanza, tienda de artículos selectos; Arte público permanente.

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