El papel protagónico de la cibernética y la tecnología en nuestras vidas no se puede negar, su influencia está presente en todos los aspectos de la cotidianidad, que van desde el entretenimiento, las comunicaciones, el trabajo, el comercio, los estudios, las relaciones interpersonales, es decir en todo. El nacimiento en Ginebra a mediados de la década de los 90 de la telaraña mundial la Web, ha incrementado lo digital en todos los quehaceres diarios. Hoy la gran comunicación es a través de estas, realizamos las operaciones bancarias, las compras de todo, las actividades por Internet son cada vez más frecuentes, las educativas, profesionales, comerciales, en fin que es una realidad incuestionable su gran desarrollo y nuestra mayor dependencia.
Veamos las estadísticas nacionales de las telecomunicaciones y la innovación, el total de usuarios de Internet desde los cinco años o más años de edad: fue de 49% para los hombres y de 51% para mujeres. La evolución en los últimos años sobre los usos de Internet en personas de más de 12 años pasó de ser en el 2012 de un 41%, a un 52% en el 2014. El 30% de los hogares dominicanos tienen computadoras y hasta el año pasado había en uso 8,303,536 celulares post y prepagos.
Esto nos da una idea de la presencia de la tecnología en nuestras vidas. Este nuevo mapa tecnológico configura una sociedad con valores diferentes y de relaciones interpersonales muy cambiantes, tiene características que la hace distintiva y propia. Esta modernidad tecnológica se caracteriza principalmente por: su universalidad, su dinamicidad y su instantaneidad. Estos tres factores queramos o no han influido en la conducta humana, en la forma de vernos a nosotros mismos, de ver a los demás, de confiar más o menos en terceros, en fin, muchas son las variantes alteradas en el entorno conceptual en el que nos desarrollamos.
Estoy convencido de que se está produciendo una sinergia entre humanos y tecnología, pero también entre las propias tecnologías, la llamada “convergencia tecnológica”. Queramos o no nos acercamos a una simbiosis humano-tecnología. Lo importante es que se normen adecuadamente estas simbiosis. Le corresponde en parte a la ciber-ética, que deber ser diferenciada de la cibernética, esta última es la que estudia las analogías entre los sistemas de control y de comunicación de los seres vivos y de las máquinas. Por el contrario, la ciber-ética trata sobre las regulaciones para el uso, abuso y manejo de información en la Web, esto lo “conversamos” el pasado domingo.
Antes creíamos que la tecnología nunca superaría a los humanos, pero dadas las tendencias actuales donde la tecnología es cada vez más autónoma (fábricas manipuladas por robots que no necesitan a los humanos) a la vez asumen roles que antes se consideraban inteligentes: jugar ajedrez (ya derrotaron al campeón mundial), ayudan sin cansarse en la organización, diagnósticos, predicciones, es decir que cada vez más participan de la esencia humana, lo que debe necesariamente ser normado muy claramente por la ciber-ética.
Nuestro cerebro tiene aproximadamente 225 billones de interconexiones, sin incluir 1 billón de células gliales, que no sabemos cómo funcionan para el –pensamiento-, en la actualidad no hay una computadora que lo iguale, pero se predice que en 100 años las máquinas nos superarán.
Me niego en lo personal a ser hombre maleable, como el maleable que se ajusta sumiso a cualquier sociedad automatizada. En ese caso nadie puede dudar de la posibilidad del surgimiento temprano del “hombre tecnológico” que sería el individuo adaptado y dependiente de las necesidades tecnológicas, el hombre que acepta todos los requerimientos que la sociedad le impone y consiente sin reparos los valores que se desprenden del sistema tecnológico y los acepta como propios sin ninguna crítica. No estoy proponiendo que apaguemos las computadoras y volvamos a las cavernas, no. Lo que planteo, es que con la tecnología como en toda acción humana se necesitan normas y controles para enfrentar el “tecnologicum” presente ya desbordado y ese futuro robótico no muy lejano, donde las máquinas se harán cada vez más “inteligentes” y el hombre cada vez menos “humano”.