Lo prometido es deuda, seguimos “conversando” hoy de la música y sus derivaciones cerebrales. Se considera que la audición es el más importante sentido luego de la visión, el cerebro registra los sonidos en el lóbulo temporal (la sien) a través de unas células llamadas órganos en espiral (órgano de Corti) en el oído interno hasta llegar a los hemisferios, el hemisferio izquierdo descodifica los ritmos musicales mejor que el derecho, mientras que el derecho se especializa en la calidad y el timbre de los sonidos.
Por razones lógicas de uso, la actividad en la corteza auditiva y en el cerebro en general, es mucho mayor en los músicos profesionales que en las personas sin esta habilidad musical. Tienen mucho más materia gris en una región que está enterrada dentro de la corteza auditiva, la llamada región de Heschl. Esta área se encarga de procesar sonidos. Se acepta que debe existir una importante participación de la genética para que haya este gran volumen de sustancia gris (la que nos hace inteligentes) en esta región del cerebro de los individuos dedicados a la música. En el caso de Pachy Carrasco era muy obvia la genética, el abuelo, la tía, el padre, todos grandes artistas y músicos.
Mi melomanía (amor profundo a la música) es por igual heredada de mi padre. Los más remotos recuerdos de mi infancia más temprana, se inician junto al “picó” oyendo a Lucho Gatica, Gardel, Barbarito Diez, Edith Piaf, Mozart, etc. En verdad que la buena música es envolvente e inolvidable. Con la venia de mis siempre amables lectores continuaré rememorando momentos “muy especiales” en los que he tenido la dicha de vivir con la música gratificación y felicidad para mi pensante cerebro. Como joven que fui, tuve mi época de “rock”, donde los Beatles fueron el estandarte para mi generación.
Recuerdo en mi visita a Liverpool (Escocia), asentarme en el “Cavern Club”, bar (Pub) donde ellos iniciaron su meteórica carrera que los convirtió en el grupo musical más famoso de todos los tiempos. Volví a escuchar sus canciones viendo su museo, las inolvidables “Hard Days Night”, “Yellow Submarine” y otras. Por esa herencia juvenil, fui a ver en Londres en el London Pavilion a Dionne Warwick, interpretando su “Walk On Bay” y su “Do you Know The Way To San José“.
En relación con esa edad temprana en que todos tenemos muchos sueños, estaba en su furor el Bossa brasileño, que se ha quedado como uno de mis ritmos preferidos, razón por lo cual en mi vista a Río de Janeiro, fuimos al “Vinicius Show Bar”, ubicado en el Ipanema, y que es considerado el templo del “Bossa”, con tan buena fortuna que esa noche lo visitaba Bebel Gilberto, hija de los inmensos Joao Gilberto y Astrud Gilberto, tomó el micrófono y nos deleitó con la máxima dulzura entre otros de su “Tanto Tempo” y “Momento”, nada que envidarle a su madre Astrud Gilberto, allí tuvimos una maravillosa noche de bohemia.
Así mismo evoco con melancolía un concierto de música folclórica escocesa en el majestuoso Castillo de Edimburgo, desde el alto cerro volcánico mirando la ciudad escocesa, donde escuchamos sus gaitas, violines, acordeón y el clark-sack (arpa Gálica) como parte del programa había música céltica. En ocasión de este artículo cerré los ojos y volví a disfrutar mi preferido ballet, el Lago de los Cisnes de Tchaikovski con el Royal Ballet en la Royal Opera House de Convent Garden en Londres. Desentierro por igual la música del Fantasma de la Ópera, obra que vi por primera vez en el Broadway neoyorquino. Muy gratamente rememoro escuchar a la exquisita Laura Lago, interpretar “La Vie en Rose”, en una elegante cena con el burbujeante champagne en el majestuoso teatro-cabaré el Lido de París. Permítanme ustedes recapitular otros de mis gratos recuerdos musicales, el saxo tenor de Tavito Vázquez en el malecón, a Charles Aznavour en las piedras de Chavón, a José Antonio Méndez en el Jaragua, a Lope Balaguer, Juan Luis y a Maridalia en sus conciertos, o a Armando Manzanero con su “Contigo aprendí”. ¡La buena música, es lo más embriagante para las almas sensibles!