El cerebro del vago

El cerebro del vago

Las personas muy ocupadas no tienen tiempo para contemplar una puesta de sol. Están pendientes de posibles llamadas telefónicas conectadas con temas de trabajo. Descuidan el trato con esposas e hijos para no perder la oportunidad de “avanzar en sus carreras”. En verdad, a menudo avanzan en las carreras y profesiones; y ganan más dinero que sus competidores “del mismo ramo”. La agenda del “hombre ocupado” suele ser una lista enorme que no acaba nunca. Y lo peor no es la lista misma, sino el “bloqueo anímico” que produce la imposibilidad de su cumplimiento. Algunos ejecutivos aprenden a olvidar la agenda a la hora de dormir.

Otros mueren prematuramente a causa de infartos cerebrales o de crisis nerviosas recurrentes. Unos pocos privilegiados se aferran a las vacaciones periódicas, que funcionan como tratamientos de salud a la antigua. El hombre con exceso de ocupaciones dirige su imaginación a la resolución de asuntos concretos y perentorios. Tiene la mente atada a los límites específicos de sus problemas de trabajo. No practica lo suficiente ese descanso íntimo que es “dejarse llevar” por las asociaciones inconscientes. Los poetas surrealistas pretendían “sorprender” el momento en que la mente realiza “conexiones irracionales”. Los llamados “cadáveres exquisitos” tenían la misión de estimular vínculos desechados por la lógica.

En reuniones artísticas estos poetas doblaban un papel ocho veces; en cada doblez los presentes debían escribir un verso, sin leer el que había escrito quien le había precedido. Al desdoblar el papel los versos podían leerse como si fuera una composición colectiva. El resultado solía ser un conjunto de imágenes poéticas unidas por “hilos invisibles” ajenos al razonamiento ordinario. Los vagos, individuos “con pocas ocupaciones”, pueden dejar el cerebro “en libertad”. Algo que difícilmente podrían hacer personas demasiado ocupadas.

El vago tiene la virtud de poder entretenerse siguiendo el vuelo de una mosca, hasta verla posarse sobre la cara del retrato de su abuela. Entonces esa mosca lo incita a pensar en su infancia, en los ratos inolvidables que vivió acompañado por su abuela. La niñez feliz puede ser evocada por una mosca caprichosa, sin intervención del silogismo. Hagamos la comprobación escuchando la célebre pieza musical de Rimsky -Korsakov titulada “El vuelo del moscardón”.

 

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