El cerebro dominicano

El cerebro dominicano

SERGIO SARITA VALDEZ
Si alguien se propusiese disecar el cuerpo humano en busca del lugar en donde se aloja el alma, de seguro que tendrá la necesidad de escudriñar a través de las complejas estructuras del sistema nervioso central. Gracias a los experimentos espontáneos que la naturaleza nos ofrece con las enfermedades del cerebro ha sido posible ubicar las áreas claves en donde reposan las neuronas responsables de la actividad espiritual e intelectual de las personas. Toda expresión funcional orgánica descansa en una organización celular y tisular.

Sencillamente pensamos porque tenemos cerebro. Sin esa masa encefálica no se puede hablar, ni escuchar, ni ver, ni sentir, ni olfatear siquiera, aún en el caso que órganos terminales como la lengua, laringe, oídos, ojos tacto y nariz se mantengan intactos. De nuestros padres heredamos un programa genómico cuya traducción y expresión final dependen de múltiples condicionantes medio ambientales, como son la alimentación, la salud y la educación, entre otras.

Trasladarse en el tiempo a los orígenes de la identidad criolla, y más interesante todavía, al concepto del ser dominicano, es un reto para sociólogos e historiadores. Sin embargo, no por eso le está vedado al común y corriente ciudadano hacer conjeturas acerca de los elementos sociales que han intervenido para que más allá de la zona cortical del lóbulo frontal quisqueyano se haya fijado una conducta que hace de los nacidos y criados en este hermoso, bello y maltratado país, una fuente de ensueño e inspiración perenne.

¿Qué es lo que genera la obsesión del compatriota ausente por retornar a la tierra que lo vio nacer, muy a pesar de las vicisitudes y estrecheces en la que se desenvuelven millones de sus congéneres? Evidentemente que hay una carga emocional que no obedece a la dinámica  del control racional cortical. La fuente en donde se generan esas sensaciones está contenida en las áreas antiguas y profundas del órgano pensante, es decir, el tálamo, amígdalas, hipocampo, y los núcleos hipotalámicos. Todos ellos juntos constituyen el sistema límbico.

El día que se lleve a cabo un estudio microscópico detallado del mesencéfalo nativo no debería sorprendernos si esta zona neuroanatómica aparece hipertrofiada. Es lo único que explicaría el comportamiento sadomasoquista de mucha gente que prefiere el plátano a la harina y el arroz con habichuela al emparedado o el hotdog.

Nadie como el dominicano para expresar sus emociones, crisis, así como para evocar memorias y recuerdos. Los relatos de infancia, niñez y adolescencia retroalimentan la mente del adulto y reconfortan al anciano. La vida de los nacidos en la República dominicana está llena de anécdotas, abatimiento, dolores, penas y alegría. Fluctúa cual esquizofrenia social entre momentos de hilaridad, realismo, delirio y fantasía.

Hemos tenido héroes de la categoría de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Gregorio Luperón y Juan Bosch. También ha parido esta nación personajes como Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leonidas Trujillo y Joaquín Balaguer. Además ha concebido la patria a militares gloriosos, conjuntamente con uniformados traidores a las esencias de la soberanía nacional.

Producto de ese hibridismo biológico, reforzado con las corrientes sociopolíticas enajenantes, pululan por doquier elementos entreguistas y anexionistas, que cual contemporáneos santanistas se enfrentan al selecto y reducido grupo de dominicanos y dominicanas reinvindicadores de las enseñanzas de Duarte, Hostos y Juan Bosch.

¡Cuan interesante y complejo es el cerebro actual de los dominicanos!

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