El cerebro, el hambre y las privaciones

<p>El cerebro, el hambre y las privaciones</p>

JOSÉ A. SILIE RUIZ
Dejémonos de interrogar por un instante sobre la existencia del alma, la localización del espíritu, el funcionamiento del pensamiento y la fisiología de la inteligencia. Comencemos por interesarnos en comprender cómo se construyen, se renuevan y funcionan las membranas cerebrales; cómo los lípidos controlan sus propiedades, cómo trabajan las enzimas y proteínas en las neuronas, los receptores y los neurotransmisores; qué papel desempeñan las vitaminas, los oligoelementos y los minerales en su desarrollo; o más aún, cómo los medicamentos pueden penetrar en él para luchar contra las enfermedades.

El encéfalo, que distribuye el influjo nervioso, el que se ha equipado en su prolongada historia de núcleos centrales interconectados, especializados (recepción-memorización-integración-decisión-ejecución), tareas numerosas y diversificadas, utilizando una energía barata pero sumamente vital, puesto que si le falta por unos minutos el suministro de oxígeno, si no hay proteínas no hay integración neuronal o en una hora la privación de glucosa, lo conducen a su pérdida definitiva.

Evidentemente que no podemos extraer trocitos del cerebro humano vivo para estudiar los efectos del hambre, la miseria y de las privaciones en todos los ordenes; solo disponemos de la sangre, la imageneología y los test psicológicos de la valoración cognitiva. Profusa es la bibliografía en la que se ha tratado el tema, comprobando en numerosas ocasiones y con investigaciones rigurosas, con seguimientos por años, la relación entre la anemia severa, la hipoproteinemia, las alteraciones genéticas de sus consecuencias y su influencia posterior en el pobre desarrollo mental y motor en los niños.

Desde hace mucho tiempo que compartimos el siempre sabio concepto popular del «modo» de pensar del que no está bien nutrido, «el mal comido…». Sabemos hoy por esas pesquisas científicas que la desnutrición crónica, la insuficiencia intelectual, los estados carenciales en todos los órdenes (nutritivos, afectivos, sociales etc.), afectan el desarrollo cerebral, lo anquilosan, lo esterilizan. Estos puntos de vista están reseñados en varios capítulos de nuestra última publicación, el libro: «Cerebro, Ciencia y Sociedad».

La vieja teoría de que la desnutrición propia y heredada producía solo un daño directo al cerebro y por ende a su desarrollo intelectual, es obsoleta. Hoy la teoría moderna sustentada por numerosas investigaciones acepta que: la malnutrición interfiere con las funciones cognoscitivas del cerebro (pensamientos, cálculos, memoria, orientación, etc.), mediante numerosos mecanismos de alteración metabólica y energética a las neuronas, donde las proteínas juegan un papel protagónico, pero por igual esas alteraciones están relacionadas por parejo con el desarrollo global del individuo, por los impedimentos en su carga energética, su desarrollo ponderal y su crecimiento físico, que sumado a las carencias de estímulos emocionales modificadores, pueden llegar a producir daños irreversibles en el desarrollo de las habilidades intelectuales en la edad temprana.

Uno de los «préstamos» hechos a la biblioteca de mi padre, que no ha recibido «devolución», es la colección de la revista Cuadernos, la que en la década de los sesenta era la principal fuente de expresión de los intelectuales de toda la América Latina. En abril del 1966 escribió en ella Josué de Castro, lo siguiente: «Las investigaciones realizadas por los especialistas en los últimos 20 años, vienen revelando de forma inconclusa que la América Latina constituye una de la más negras y extensas áreas de la geografía del hambre. De sus más de 200 millones de habitantes, se calcula que por lo menos 130 millones sufren las consecuencias maléficas de una desnutrición dañina.»

Como vemos las cosas, en vez de mejorar han empeorado. Cuarenta y un años después, Larry Brown y Enerito Pollit, pediatras – nutriólogos señalan en trabajos de investigación que: «La prevalencia de la mala nutrición en niños es dramática, globalmente alrededor de 195 millones de niños de menos de cinco años están mal nutridos». Ahora bien, la sustancia cerebral proviene de nutrientes presentes en la alimentación. La calidad de vida dependerá de un mejor ajuste entre las necesidades del cerebro y la alimentación. Comprender mejor las primeras y dominar mejor la segunda nos permitirá forzosamente conservar durante más tiempo las funciones intelectuales, si no intactas, al menos de manera satisfactoria.

En nuestro último viaje a Guatemala, conocimos el pueblito de Quezaltenango, donde se llevó a cabo la investigación piloto mencionada, por varios años un estudio longitudinal del desarrollo intelectual de niños indígenas con baja nutrición. Las primeras experiencias de ambos pediatras fueron publicadas en febrero del 1996 en Scientific American, una tercera última entrega en el actual número de la revista de nutrición. Se consideraba que el mayor daño de la desnutrición se producía en el cerebro de los infantes hasta los dos años, hoy y luego de estas investigaciones se acepta que la deprivación puede llegar mucho tiempo después de los primeros dos años de vida, que es cuando el cerebro alcanza casi el 80% del tamaño adulto.

Si valoramos estos encuentros y los adaptamos a nuestra realidad social, aceptando que la inadecuada alimentación por generaciones (desnutrición crónica), sumado esto a una deprivación de la educación y estímulos adecuados (analfabetismo, hogares desechos, baja escolaridad, oscurantismo, carencias afectivas, etc.) producen daños al cerebro infantil, entonces no hay que ser muy brillante para asumir que si no hay las correcciones de estos parámetros negativos a tiempo, el futuro de nuestra nación, en lo que respecta a luminosidad intelectual y creatividad con inteligencia, será para un reducido grupo de sobrevivientes de carácter espartano.

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