En estos días de brisa fresca, cuando disfrutamos del más bello tiempo del año, recibimos y deseamos muchas “felicidades” a nuestros familiares, amigos y relacionados, a tan sólo cuatro días de la celebración de la Natividad. En mi condición de médico neurólogo, se me ocurre meditar sobre la felicidad, esa que de corazón deseo a todos mis gentiles lectores. Quiero referirme a cómo nuestro cerebro maneja las distintas condiciones neuronales al tratar de alcanzar la anhelada felicidad.
Hay una serie de neurohormonas que participan para lograr esos estadios de plena felicidad, entre ellas: dopamina, oxitoticina (ver nuestra columna del 6 de julio) fenilalanina, endorfinas y la epinefrina, como principales. Estas sustancias tienen su sede primordial en nuestro antiguo cerebro reptiliano, situado en las profundidades del órgano rector. Con la felicidad, igual que con otras emociones importantes se activan cuando mínimo 70 regiones cerebrales distintas, pecaría de imprudente el mencionarlas todas, pero veamos las principales: la amígdalas (avellanas memoriosas en la profundidad cerebral) el hipocampo (conecta las memorias pasadas y recientes) la corteza pre-frontal (funciones ejecutivas y personalidad), la corteza cingulada anterior (cumple funciones emocionales) y la ínsula (a nivel de la sien, cumple funciones de subjetividad emocional).
Todo este entinglado dispara el núcleo acumbens, que en una posición cerca del frontal, combina el placer y la sensación de recompensa, entre otras funciones. Las neurociencias no tienen todavía la respuesta de saber si la felicidad genera la secreción de estas sustancias placenteras o si son esos neurotransmisores los que inducen a la felicidad. De tener yo esa respuesta, sería el primer Nobel dominicano.
Para el cerebro el placer es una cosa y la felicidad es otra, hagamos un ejercicio mental, imagínese usted hospedado solo en la ciudad de Dubái, en el hotel más caro mundo, el “Burj Al Arab”, únicamente son 23,000 dólares por noche, disfrutando de la cena de Navidad, ya antes usted había hecho su cartica a Santa Claus y la puso en el arbolito navideño del lobby, de unos 20 millones de USA. La cena del próximo miércoles la inicia degustando frugalmente el Champagne Dom Perignon White Gold Jeroboam (40 mil dólares) para luego con el plato fuerte, entonces paladear cual experto sommelier el que es considerado el mejor de los vinos tintos del mundo, el francés “Petrus”, son sólo 15 mil euros, etc.
En fin que usted sentirá el inmenso placer de un verdadero sibarita. En esa muy lujosa cena, entre la plata y el oro; pero está usted solo, sin metempsicosis, sin ninguna espiritualidad, sin afectos ni calor humano, de seguro usted sentirá un gran placer, pero no felicidad.
Por el contrario, si usted disfruta la cena navideña sobriamente, de acuerdo a sus creencias filosóficas y posibilidades, respetando la verdadera esencia cristiana que ennoblece su razón de ser, junto a sus seres queridos y amados, sin tantos bombos ni platillos, entonces su cerebro sí sentirá la verdadera felicidad.
Esa plena placidez del “alma”, sólo superada por dos condiciones: cuando la madre logra parir su hermosa criaturita (aumentan dopamina y oxitocina) y cuando usted está verdadera y pasionalmente enamorado (la dopamina aumenta 7,000 veces su cantidad). La experiencia de la felicidad es una trascendencia del bienestar, va más allá de eso de sentirse bien.
La felicidad, a diferencia del placer, desborda la persona, esto significa que la felicidad es más grande que nosotros mismos, nos impulsa hacia el cielo, nos alboroza, nos lleva al arco iris, nos llena y nos desborda, no sin razón los filósofos de la antigua Grecia, tales como Aristóteles, la consideraron el summun bonum: el “bien supremo”. Aceptando que hay condiciones muy tristes, pero son “enfermedades” con aspectos genéticos, biológicos y ambientales que le son adversos; pero debemos todos hacer siempre el esfuerzo para alcanzarla. Elija usted el camino que desee, no necesitamos ir a Dubái ni a ningún otro lugar para lograrla, todo está dentro de nosotros.
La felicidad es un condicionamiento mental asumido frente a la vida, ella es: individual, innegociable e intransferible, se construye dentro de nuestros cerebros y corazones. Lograrla es usted asumir el vivir una mezcla de una actitud flexible, el bastarse a usted mismo, un optimismo activo, la perenne decisión de encontrarla, una espiritualización gratificante y de insistir en convivir con alegrías y mucho amor. Les doy mi consejo personal, siempre he tratado de hacer de la felicidad mi modo de vida. ¡Muy felices pascuas!