La visión es un proceso muy complejo de nuestro cerebro, pues nos permite resumir y manejar la realidad visual de todos los días de una manera simbólica pero necesitamos obligatoriamente la discriminación y “procesar” la información. Imaginemos por un momento lo que podría significar memorizar todo lo que vemos con cada uno de los objetos y cosas que nos tropezamos en lo visual y que se evocaran cada vez todos los detalles en nuestra mente. Eso sin dudas sería algo verdaderamente infernal.
Por eso el cerebro humano con esta capacidad comenzó su andadura de “pensar” rompiendo las cadenas de lo particular y concreto, y en esa aventura cerebral entraron también a desempeñar un papel decisivo la conciencia y el lenguaje humano. La conciencia, esa otra maravilla que hace al hombre no solo “ver” y abstraer lo visto, sino también “saber que ve” y poder comunicarlo simbólicamente. Sin dudas, este es un privilegio único no compartido por ningún otro ser vivo en la faz de la Tierra.
En el último número de la revista American Scientist, aparece un análisis “computarizado” de la Mona Lisa, en un interesante trabajo calzado por Claus-Chistian Carbon, en el que se examinan las diferentes perspectivas de las dos Giocondas, la famosa de París y la restaurada del Museo del Prado en Madrid, copia genuina de la original que se exhibe en el Louvre de la calle Palais Royal. La enigmática sonrisa, tiene para mí un sabor de melancolía, pues es la obra de arte más remota que mi memoria infantil pueda tener conciencia y recordar más tempranamente.
Sucede que mi padre era un “afrancesado”, tenía en su oficina de abogado una litografía, copia de la enigmática Mona Lisa del genial maestro italiano Leonardo da Vinci. Recuerdo que yo chico él me decía: “algún día la verás en París” y así ha sido, soy en cada una de mis visitas a la hoy agredida ciudad de las luces, uno de los 6 millones de visitantes que anualmente se sobrecogen ante su enigmática sonrisa. Igual en Madrid, no solo es ir a las Cuevas de Luis Candelas en la calle cuchilleros a comer cochinillo segoviano, sino por igual es obligado para mí ir al museo del Prado a ver la “otra” Gioconda.
Los autores logran mediante la computadora, determinar que la del Louvre la creó el maestro-inventor y que la del Prado la hizo al mismo tiempo un ayudante del genio por las dimensiones, profundidad y cambios en las perspectivas de ambas pinturas. ¿Cuántos colores maneja el cerebro humano? No hay consenso entre los científicos, pero se estima que en plenitud el cerebro puede percibir un millón de variaciones cromáticas.
Las células sensibles a los colores (conos), ubicadas en la retina, pueden identificar cerca de 100 gradaciones distintas de azul, verde y rojo. A su vez, el cerebro puede combinar esas variaciones de colores de manera exponencial, es decir que el número inmenso de variaciones policromáticas en cada persona varía por factores orgánicos, culturales y hasta subjetivos.
Tenemos una visión binocular, es decir que tenemos dos cámaras receptoras que son nuestros ojos que deben superponerse para que haya una sola imagen pues debe salvarse la diferencia de 6.5 centímetros que separan esas dos cámaras receptoras de la visión. En esos conos y bastones se inicia el nervio óptico, que con sus vías visuales llega hasta la corteza visual discriminadora que está en el área occipital, en la parte posterior del cerebro. El trayecto de las vías visuales resulta complicado pues los dos nervios ópticos se cruzan antes de alcanzar la corteza visual, neuronas en las que el cerebro analiza la disparidad entre las dos imágenes captadas por cada ojo y enviadas a los dos hemisferios donde se crea una sola imagen en tres dimensiones, razón de ser de todas las creaciones artísticas del ser humano.