El cerebro ético (la conciencia)

El cerebro ético (la conciencia)

JOSÉ SILIÉ RUIZ
En el pasado «conversatorio» dominical hicimos una introducción al tema de la neuroética, señalando que toda esta cuestión tiene sus orígenes en la evolución de la «nueva conciencia» del hombre, iniciada con el Homo Sapiens. Como bien mencionamos en la pasada entrega, nuestro particular interés por la ética y el cerebro data desde hace muchos años.

Desde los sesenta, con el grupo de Mario Bunge, seguido luego por neurocientistas y filósofos como Antonio Damasio, Daniel Dennett y John Eccles, hasta llegar a mediados de este año con la última producción de Gazzaniga.

En agosto pasado durante nuestra estancia en Madrid, la editorial Paidós presentó la más reciente obra del brillante neurocientista Michel Gazzaniga de California, «El Cerebro Ético», quien ya anteriormente había producido el «Cerebro Social», y «Cuestiones de la Mente», entre otros. Me imagino qué le habrá pasado por el pensamiento a muchos intelectuales, profesionales, investigadores y técnicos de nuestro terruño en cualquiera de las áreas del saber, que han acariciado «ideas» por meses o años, y luego las ven plasmadas y objetivizadas por otros en países más ricos, aún de modo acaso más sencillas y tal vez menos acabadas que las concebidas por ellos. Quizás sea esto parte del alto «pago» que hacemos por ser «hombres islas», con pluriempleos y otros atareos desmotivantes, y no disponer del andamiaje que nos consienta el suficiente «tiempo» al pensamiento científico estimulante o a la acción tecnológica creadora, que nos permitiría concentrarnos adecuada y singularmente a esa «producción» que deseamos, como los tienen muchos en otras latitudes menos cerca del «sur».

Confieso públicamente que me pasó esto al ver el libro «El cerebro ético», no pude evitar el compararlo con mis «anotaciones» muy similares sobre el tema, las que compilaba desde hacía «años», las mías, lo confieso ante ustedes sin ningún rubor, mucho más completas y trascendentes, no sin razón, pues laboramos como profesor de neuroanatomía, neurofisiología y neurología por lustros; pero «ellas», mis acotaciones sobre el tema, perdieron penosamente su protagonismo. El primero, de una serie de libros de nuestra autoría sobre el tema fue «Anatomía Cerebral» en el 1970, estos hechos nos confirman que no hay tal «superioridad» intelectual, ni mucho menos existen las pretendidas «razas» privilegiadas, y que es sólo cuestión de las circunstancias favorables, de las que ellos en esos países sí disfrutan, permitiéndoles el hacer públicas sus producciones, por las facilidades existentes.

Pero volviendo al tema central de la ética y el cerebro, para entender el transcurso evolutivo, debemos repasar brevemente el punto de vista puramente neuroanatómico, reconociendo cuáles son las principales estructuras cerebrales que hasta ahora son asociadas a este proceso de la «conciencia». Este conocimiento se ha obtenido mayormente observando a pacientes con lesiones en las diferentes áreas del cerebro, y por igual con el uso de técnicas modernas como PET craneal y la Resonancia Magnética funcional. En primer lugar la corteza cerebral, en particular la asociativa (frontal) se ha denominado tradicionalmente el área donde verdaderamente reside la «conciencia» y uno de sus actores principales, la conducta «controlada», y tal vez sea donde radique por igual el asiento de la «ética» cerebral.

Principalmente las cortezas sensoriales y motoras, por igual la formación reticular, esa que nos mantiene despiertos y alertas, en paralelo el tálamo y el sistema límbico, son fundamentales para la elaboración de esa conciencia. La corteza cerebral es esa parte exterior del cerebro que extendida tiene el tamaño de una mesa de dominó, es la que gobierna nuestras acciones conscientes, y nos hace superiores en la escala biológica. Pero es esa zona prefontal, la que controla nuestros instintos, y que es seis veces mayor en nosotros que en el simio. Las otras estructuras mencionadas son profundas y las compartimos por igual con los animales más inferiores, guardando relación con lo no consciente, la acción y la fogosidad.

Una de las teorías más aceptada, la de la «Fluidez Cognitiva», reconoce que la «mente humana moderna» surgió hace unos 50,000 años, cuando el lenguaje abrió las puertas que separaban a los dominios de la inteligencia, hasta entonces estacionarios. Confirmados con la aparición del «hombre león» en las cuevas de Hohlesnteien Stadel en Alemania, de hace 32,000, muestra una relación ya muy fluida entre los dominios de lo social (humano), histórico natural (animal) y técnico (fabricar objetos).

La relación entre el lenguaje y el pensamiento ha ocupado a muchos interesados en la biología evolutiva, quienes aseguran que el lenguaje, la cognición y la conciencia surgieron paralelamente en la filogénesis humana. Es la cognición, la capacidad de exhibir diversos comportamientos en relación con el ambiente. Los millones de sentimientos y pensamientos de los que se disfrutan hoy día, son procesos particulares en cada individuo, interaccionando con el entorno y que pasan luego a formar parte física, haciéndose definitivos en las neuronas. Todos los procesos mentales incluyendo esa sensación del Yo, son fruto de ese cerebro evolucionado.

Se considera que este impulso en el desarrollo, fue desencadenado por una de las principales conquistas de nuestros antepasados: la adopción de la postura erecta. Gracias a ello, no sólo se liberaron las manos, sino que el cráneo cambió su geometría. El hombre, a diferencia de felinos y simios, no está limitado a lo que sería el pensamiento «on line» donde el animal reconoce su presa sólo por el olor. En el hombre existe el «concepto» en que se presentan varios tipos de informaciones simultáneamente: olor, color, movimiento. Pero el humano puede ir más allá, puede reflexionar sobre objetos que no ve, ni oye, ni huele en ese momento; puede realizar si lo permite la expresión, un procesamiento «off line», puede en resumen «soñar».

La conciencia es una suerte de ilusión. Nuestra visión del mundo supone cierta distorsión y simplificación de la realidad, para que tengamos conocimiento de nosotros mismos necesitamos hundirnos en las raíces de nuestro sistema sensorial, que viene evolucionando desde las especies primarias, dejando improntas y memorias grabadas en nuestros genes. Con o sin el libre albedrío, necesita ese cerebro aunque evolucionado, de normas y preceptos de convivencia, por eso ha nacido la Neuroética, que terminaremos definiéndola en el «conversatorio» del próximo domingo.

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