El cerebro, la anatomía del amor y la lujuria

El cerebro, la anatomía del amor y la lujuria

Febrero es el mes del amor y como neurólogo, valorando los conocimientos de las neurociencias actuales, pido la venia para su descripción anatómica. Sería una herejía mayor el pretender desdibujarlo de su “magia”, de su muy encantadora ternura, ni de su vivificante romanticismo. Lo primero, debemos tener una definición de una y otra. Como definición simple definiremos el amor como un sentimiento de profundo afecto universal que se tiene hacia una persona, animal o cosa. O cuando usted realiza algo con desvelo y satisfacción, por ello refiere a que “lo hice con amor”. Por el contrario, la definición de lujuria, derivado del latín “luxuria”, define el apetito, el “deseo” desordenado e ilimitado por los placeres carnales. Asociado al deseo sexual incontrolado, permite referirse al exceso o a la demasía. La lujuria se vincula a la lascivia, que es la imposibilidad de controlar la libido.
Muchas religiones condenan el exceso sexual, la lujuria. Pero ante las evidencias y a la luz de las neurociencias aceptamos que es una reacción humana normal, conducta castigada erróneamente por los moralistas del Medioevo. Cabe resaltar que el amor pasional tiene más expresiones cerebrales en cuanto a “intensidad” pero son casi las mismas áreas cerebrales que las estimuladas por el amor puro, el casto (el amor a Dios, el amor filial, el amor platónico, etc.). En algo que coinciden tanto el amor romántico-pasional con la lujuria y es que sus áreas estimuladas en el cerebro son las mismas zonas que tienen que ver con: las emociones y la gratificación en el profundo territorio límbico (cerebro antiguo, animal).
Las áreas cerebrales que participan en preeminencia en ambas condiciones humanas del amor y la lujuria son: el área ventral tegmental, esta es la parte superior del tallo cerebral; también la parte inferior del lóbulo parietal, la cual podemos identificar si nos ponemos la mano en la sien, al final está esa área cerebral, territorio neuronal que asocia los aspectos sociales con las funciones cognitivas aprendidas. Otra área que interviene es la ínsula, en la parte profunda de la sien, que participa de la percepción, de la empatía, el gusto y el olfato (mencionamos el pasado domingo la ferohormonas sexuales). Asimismo, la unión temporo-parietal: esta área integra “las sensaciones” del cuerpo y nos permite la representación mental tridimensional y nos conecta con el sistema límbico de gratificación (Dopamina). De igual modo encontramos a la corteza occipital-temporal conectada con la visión (el hombre es muy visual), la memoria asociativa y la “conceptualización”, la cual se considera como una de las principales áreas para deleitarnos con el placer sexual, lo que sentimos y lo que disfrutamos. Finalmente, la corteza prefrontal está asociada con las complejidades de la cognición y la personalidad y nos ayuda a controlar nuestras emociones.
Más de 20 estudios revisados revelan a la luz de la modernidad con las resonancias magnéticas, funcional y espectroscópica, que la región anterior de la ínsula se activa más en la apasionada lujuria que en el amor diáfano. Por el contrario, la parte posterior de esa ínsula, se activa más frente al amor casto. Sus áreas anteriores guardan relación con las pasiones intensas, pues todos sabemos que un amor sin pasión es brasa consumida, un petrificado jardín de Pompeya, el funesto fulgor de la desdicha, una oscura noche sin estrellas con una luna en pena tratando de deshilachar las sombras.
En todas las áreas mencionadas la lujuria tiene una mayor representatividad cerebral que el amor puro. Veamos el área ventral tegmental mencionada, que es el inicio del tallo cerebral que en su parte del hemisferio izquierdo es una aérea rica en dopamina, allí la lujuria y el romanticismo pasional se expresan igual en ambos hemisferios. El amor casto, se manifiesta sólo en el hemisferio derecho (única diferencia). Esta parte cerebral conecta con la profunda área límbica, que tiene relación con la gratificación, la pasión, la estimulación para lograr el placer máximo, la euforia y el placentero éxtasis que se alcanza. Cuando usted ama e intima, el cerebro enciende de inmediato 9 territorios neuronales. No sin razón el amar: aumenta las defensas inmunológicas, protege el corazón, refuerza músculos, nos regocija, mejora el semblante y nos relaja. Para comprender medianamente la compleja metafísica del apasionado amor romántico, veamos los versos del poeta Octavio Paz: “El amor comienza en el cuerpo ¿dónde termina? Si es fantasma, encarna en un cuerpo; si es solo cuerpo, al tocarlo se disipa”. A todos mis amables lectores les deseo un muy ¡feliz día de San Valentín!

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