El cerebro, la ciencia y el arte

<p>El cerebro, la ciencia y el arte</p>

JOSÉ A. SILIE RUIZ, FRSH
El pasado domingo tratamos el tema de la inteligencia. En la oportunidad señalábamos que el cerebro humano está compuesto por millardos de neuronas y billones de conexiones entre célula y célula.

Se plantea que a partir de los cuarenta años cada día mueren unas cien mil neuronas; pero no es para asustarse, pues si duráramos 300 años de vida, aún con ese ritmo de eliminación, seguiríamos siendo más que inteligentes, lo que habla de la capacidad de este órgano rector de manejarse (sin enfermedad), aún con el ritmo normal de eliminación celular de la “apostósis”, como se llama la acción que tiene el propio sistema nervioso de matar y eliminar las células que no están en condiciones de dar un adecuado servicio.

Extasiarme bajo el techo de la Capilla Sixtina, degustar de una cena de gala en el hotel Negresco de la Costa Sur (Niza), vibrar con las interpretaciones de la Sinfónica de Londres en el Barbican Center, tratar de descubrir el secreto de la Gioconda frente a ella , esperar el atardecer en una góndola en Venecia y compararlo con los nuestros de diciembre, escuchar en New York jazz en Bleu Note, dejarme arrebatar por el verbo apasionado de Neruda, el que la nieta nos de besos, ver el amanecer desde el balcón en Jarabacoa, pasearme y saludar a su majestad en los jardines interiores del Palacio de Buckingham, o, simplemente sentarme frente al inmenso azul, cerrar los ojos y sentir las caricias de las brisas marinas de nuestro mar Caribe, son experiencias sensoriales que hemos tenido en lo personal la gran dicha de vivir, pero que a todos independientemente de la raza, la cultura o cualquier otro atributo social, a todos por igual nos pasa con esas…, nuestras vivencias “inolvidables”. Lo experimentado, lo recreamos en ocasiones en nuestras memorias creando una interfase entre nuestro “yo” interior y el mundo circundante, generando el sentido de su existencia y corporalidad; pero al mismo tiempo haciendo evidente la racionalidad, creatividad e imaginación, atributos propios del cerebro humano. Es lo que luego todos usaremos aun sin darnos cuenta como arsenal motivante en cualquier producción del intelecto.

La experiencia, pero más la estética, nace como los ríos de muchos tributarios; pero ante todo de la lluvia que, con la re-entrada tálamo-cortical, regresa a las vertientes de gotas de agua que se perdieron en el pasado. Es un sistema cíclico, una vez activado como el corazón; su actividad dura tanto como la vida misma. Pero durante ella no tiene principio ni fin; tan solo las modulaciones que reflejan las vicisitudes de nuestra existencia en los pensamientos. De eso se trata tanto el arte, como la ciencia. El cerebro funciona en base a vivencias pasadas (aun genéticas) con “módulos de pensamiento,” de acción neuronal como se les llama hoy en día; ambas activan áreas similares en nuestros cerebros, evocan memorias que adaptamos al lenguaje de la actualidad, de las circunstancias y del campo en que estemos produciendo arte o ciencia en cada caso.

La pasada semana en nuestro programa de radio, (los miércoles a las 8 pm por la 97.7), tuvimos la dicha de mezclar ciencia y arte. Nuestros invitados, el doctor Nelson Moreno, presidente de la Academia de Ciencias, el magistrado Fernando Casado, y el director Caonex Peguero, esa tertulia fue la motivación de este conversatorio. La ocasión nos hizo recordar que la filosofía, la poesía y la ciencia surgieron y se desarrollaron paralelamente y, en muchos casos confundidas entre si. La ruta común era el mito. En la obra Cerebro Arte y Creatividad, editado por Patricia Montañés, Neuropsicóloga, en la introducción ella se hace la pregunta”: ¿que tan diferentes son el arte y la ciencia? Sin duda, sus procedimientos son diferentes, pero no sus fines. Puede decirse que el arte busca provocar experiencias emocionales, jugando con nuestras respuestas frente a lo que vemos y oímos. La ciencia busca descubrir los procesos detrás de las apariencias. Tanto el arte como la ciencia, argumentan buscar la verdad y ambos seducen por la belleza”.

Son considerables las investigaciones y publicaciones en procura de tratar de convenir las ciencias y las artes, que no nos es viable valorar en totalidad en este conversatorio por espacio sumario; los aspectos éticos, filosóficos, estéticos y culturales son los que se invocan. Pero en fin, todas las ciencias se originan en el sentido común, en la curiosidad, la observación y la reflexión. Se comienza perfeccionado la propia observación y el propio lenguaje, explorando e impulsando las cosas un poco más allá de cómo se presentan en la vida corriente. ¿Pero no es acaso lo mismo que hace el artista al componer una canción o escribir una poesía o, plasmar en un lienzo su pintura o, el músico al producir la partitura en armonía?

Creemos que en el cerebro, ese órgano superior, el que muy bien usan los artistas, filósofos, estadistas, profesores, hombres de diversas profesiones, profetas, hombres de ciencia, todo lo generado por él es en base a nuestros propios e íntimos recuerdos y experiencias, al igual que las vividas y mencionadas anteriormente por nosotros; son las que “producen” finalmente la ciencia y el arte. Para condensar hacemos nuestros los juicios de Robert Oppenhaimer: “Los intelectuales constituyen un grupo en crecimiento, de toda clase de gentes. En ellos recae el deber de ampliar, conservar y transmitir nuestros conocimientos, nuestras técnicas y, naturalmente, nuestra comprensión de las interrelaciones, prioridades, compromisos y mandatos éticos que ayudan a los hombres a entendérselas con sus alegrías, tentaciones y dolores, su finitud y su belleza”.

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