El cerebro moral

El cerebro moral

Según la doctora Churhland, la morali- dad se origina en la biología del cerebro

Lo prometido es deuda, tal como habíamos ¨¨conversado¨, de que les comentaría el libro ¨¨EL cerebro moral¨¨ de la autoría de la neurocientista la doctora Patricia S. Churhland, es canadiense y labora en el Instituto Salk para Estudios Biológicos. La obra debo reconocer que sus 319 páginas me retaron, tuve que volver sobre mis notas y puntuaciones para sentirme satisfecho de su lectura.

En ella nos permite reconsiderar los orígenes y la función de los principales valores sociales. Según la opinión de la autora, la moralidad se origina en la biología del cerebro. Sostiene que los valores morales están arraigados en la conducta habitual de todos los mamíferos.

Aunque la moralidad humana está incrustada en nuestras tradiciones culturales, también es profundamente biológica. Es la plataforma que nos lleva a querer estar con los demás y a considerar gratificantes los vínculos interpersonales; son los circuitos del hipocampo que nos permiten recordar a las personas específicas y las conductas de las mismas; es la capacidad de ver que los demás tienen emociones y objetivos.

¿Somos, en tanto una especie o grupo racional, mejores o peores que hace cien o cien mil años? Como cualquier otra generación de humanos, tenemos que jugar con las cartas que nos han repartido. En la obra ella describe la ¨¨plataforma neurológica de la vinculación emocional¨¨ que, modificada por las presiones evolutivas y los valores culturales, ha desembocado en los diversos estilos humanos de conducta moral.

El resultado es una provocativa genealogía de la moral que nos induce a revaluar la prioridad de la religión, a las normas absolutas y a la razón como base de la moralidad.

La especie humana se ha estado preguntando continuamente a si misma si es la dueña de su destinado o si, en cambio, el destino humano está dictado por estrellas, deidades o genes. En la actualidad, pocos dudan de que el cerebro tenga mucho que ver con el destino. No obstante, la neurociencia moderna, por regla general es determinista (teoría que afirma que todos los fenómenos o acontecimientos están determinados por algún motivo) y reduccionista (busca estudiar un fenómeno complejo, reduciéndolo al estudio de sus unidades constitutivas), contrario a la idea de que en el cerebro hay un lugar para el libre albedrío o cualquier otra clase de entidad ¨¨contra-causal¨¨.

Con todo, gracias a ciertos avances en la neurociencia cognitiva, o sea, la neurociencia del conocimiento, este panorama está a punto de cambiar o está cambiando ya. Si hablamos de la cognición humana, el determinismo y el reduccionismo radicales han dejado de ser los faros que guiaban nuestros discursos. Señala la autora: ¨¨debemos llegar a acuerdos que nos ayudarán porque nos ancla, y no en los dioses que inventamos ni el mito de la ¨´razón pura¨¨ al que tanto apego tenemos¨¨ (teoría muy criticada por el filósofo prusiano Immanuel Kant).

Nuestra naturaleza biológica es el producto de la selección natural y nuestras prácticas culturales están definidas en nuestra naturaleza biológica. Además, entender la neurobiología de la sociabilidad deja al descubierto la quimera filosófica de que si pudiéramos articular el Principio Moral Fundamental, podríamos aplicarlo a cualquier situación moral al que se enfrente la persona en cualquier momento. Así, respondiendo a los sentimientos de placer social, los cerebros ajustan sus circuitos a las costumbres. De este modo, el cuidado hacia los demás se gesta, se moldea conscientemente y donde se inculcan los valores morales.

En ocasiones se asocia la prosperidad económica a una superioridad moral; pero tal como nos recordara Confucio, la humildad es el cimiento de todas las virtudes.

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