El pasado sábado “conversamos” sobre los daños al organismo producidos por los ruidos y las estridencias sonoras. Hoy trataremos otro aspecto de los ruidos, esta vez los muy agradables con elementos encantadores, poseedores de: armonía, tonos y melodías, como pueden notar estamos hablando de la buena música. Todos tenemos nuestros propios gustos musicales, no hay ninguna cultura sin música, lo que de seguro se debió iniciar con la evolución de la especie humana. Se preguntan muchos si la música precedió al lenguaje, pero lo que no se discute es que los humanos, somos una especie musical.
Existen numerosos idiomas en el mundo, más de 7,000 y en algo en lo que todos coincidimos es que al oír la música de cualquier parte del mundo todos podemos valorar sus tonos, timbres, contornos melódicos, intervalos, armonía, etc., es decir que la música nos hace universales.
El inmenso placer abstracto que se obtiene con la música es igual al que se logra con algunas entidades puramente biológicas, como con las buenas comidas, las satisfactorias relaciones sexuales, estar enamorados, las drogas, entre otras. Todas ellas producen altos niveles de dopamina, la hormona de “la felicidad”. Tenemos en nuestras mentes musicales unas estructuras en la que participan varias partes del cerebro, nuestro órgano rector, él nos induce a hacer una apreciación inconsciente y muy placentera de la música, agregada a una profunda reacción emocional. Es la expresión de una quintaesencia de la vida y sus eventos y cuando oímos la música, son muy agradables las vivencias, pero que no son solo auditivas, sino por igual tienen una gran carga sensible y enardecedora.
El cerebro humano del adulto pesa unas tres libras, representa el 2% del peso total del cuerpo, con su color gris-rosado, debido a los cuerpos neuronales de la sustancia gris, que son las células en su exterior. Cuando el cerebro empieza a formarse en el vientre materno, 250,000 neuronas crecen cada minuto. Se ha determinado que los músicos profesionales tienen más materia gris en un área que está dentro de la corteza auditiva, es la llamada región de Heschl, parte del lóbulo de la audición que es el temporal. Tal vez sea esa el área de la “inspiración” de los grandes músicos y artistas relacionados. Porque, algo no se discute es que se necesitan condiciones cerebrales especiales para hacer buena música. En mi caso particular, me quedé melómano, soy un empedernido amante de la buena música, la otra “música”, la que a mi juicio exaspera, la vulgar y que es dura como botas, me produce efectos secundarios tan adversos que escapan a mi control, en otras palabras: ¡no la resisto!
Esa, la buena música (clásica, boleros, baladas y el soft jazz), nos hace viajar hacia las más altas cumbres de la gloria, nos induce a despejar arcángeles glaciales o puede generar las más profundas emociones, como el doloroso trato con la espina. Está demostrado que la música ocupa más áreas cerebrales que el lenguaje, pues ya dije, somos una especie musical. Cuando escuchamos la música de nuestro agrado, son muchas las áreas cerebrales activadas. El ritmo y el tono son procesados por el hemisferio izquierdo del cerebro humano, mientras que el timbre y la melodía, se trabajan en el derecho. La región de Heschl, es responsable del procesamiento de los sonidos. Los días martes 6 y miércoles 7 se presentará en el Teatro Nacional la orquesta austríaca Wiener Akademie, lo que nos atrevemos a anticipar será una joya musical. Recuerdo que, junto a los prominentes colegas doctores, Santiago Valenzuela y Enrique Cantizano, disfrutamos de una noche excelsa con las interpretaciones de esta orquesta en el Palacio de la Opera de Viena, en la capital austríaca con música de Mozart. Todo parece indicar que es en los genes donde viene codificado el que aparezca el próximo Mozart, pero no es Mozart La Para el “reguetonero criollo del moñito” quien ostenta estos méritos. Me refiero al genio nacido en Salzburgo, mi clásico preferido, el autor de “Las bodas de Fígaro” y “Don Giovanni”. Recuerdo el gran disfrute cuando visitamos en Austria, la casa-museo de Wolfang Amadeus en su ciudad natal. Jamás me referiría al autor de “El Sapito” y de “Fiesta y Vacilón”, los dos son Mozart, ¡pero vaya usted a ver!