El cerebro no es dictador, pero…

El cerebro no es dictador, pero…

Hace dos domingos, escribimos un artículo sobre la primacía del cerebro sobre el corazón, teoría que defendemos. El pasado sábado, en su columna el intelectual don Jacinto Gimbernard Pellerano refuta muy inteligentemente mis juicios y es lo que motiva este ¨conversatorio¨.

El señor Gimbernard, persona de sociabilidad muy refinada, siempre me ha dispensado un trato deferente, lo que de inicio despeja el hecho de que sea un asunto personal, jamás podría yo pretender asumirme frente a un verdadero filósofo, él es de los que pertenecen a  la ¨inteligencia¨ dominicana, por sus aportes a la cultura, al arte y a la educación. Pero podemos disentir y en un plano considerado defender nuestras opiniones. Imaginémonos este  respetuoso diálogo frente a unas copas de un exquisito vino riojano de pagos, o  algún californiano Mondavi, o ¿por qué no? un gamay Beaujolais.

En su artículo, ¨En las enormes limitaciones de la ciencia, cerebro y corazón¨, lo finaliza: ¨No me explico el argumento subordinativo al cerebro. No existe nada desconectado en el ser humano o en la creación. El cerebro, ese misterioso cerebro, no es un dictador, es parte principalísima de un sistema total interactuante cuya buena función, equilibrada y eficaz, tiene un nombre. Le llamamos ¨salud¨.

Don Jacinto tiene toda la razón, el cerebro no es un dictador, pero sí un gobernante muy enérgico, que en democracia plena, aplica y hace cumplir las leyes sin miramientos. La creación artística de la que don Jacinto es un exponente principalísimo en nuestro país, talvez sea por esta condición  que se ha pasado a la parcela del cardiólogo Jochi  Herrera, con el que inicié esta  polémica sobre el predominio del cerebro sobre el corazón.

El concepto filosófico de que nosotros mismos somos el centro de la creación, y de que todo está ¨conectado¨ no hay argumento en contra, el ser humano es un total integrado, irrebatible, es lo que nos permite la buena salud. Pero en esa misma naturaleza, hay: líderes, talentos, directores, partículas más puras, átomos más activos, especies más hermosas, quiérase o no superioridades, ésta es una ley de la propia  naturaleza.

¿Cómo puede otro órgano que no sea el cerebro vibrar ante la percepción estética que sé ha vivido por igual don Jacinto, extasiarse ante el techo de la Capilla Sixtina, vibrar con el adagio de Albinoni que tan magistralmente él interpreta, y que yo escuché en la Basílica de San Marcos en Venecia, dejarse arrebatar  por los verbos apasionados de Neruda o Benedetti, apreciar la exultante belleza de un atardecer en el mar Caribe, o simplemente cerrar los ojos y sentir las caricias de la lluvia de junio? Son experiencias sensoriales que generan un ¨juicio¨ estético, ante la delectación contemplativa, para que se logre crear una interfase entre nuestro ¨yo¨ interior y ese mundo circundante. Cuando el amable lector lea esto, yo estaré disfrutando de un almuerzo en el restaurante parisino Le Zimmer, degustando su  famoso –duck foie gras-, ahora mismo estoy en París en un congreso neurológico. Pudiéramos filosofar sobre dónde está el deleite, cuál es el órgano que discrimina, dándole corporalidad a esas expresiones de arte y placer sibarita, que como humanos nos hacen ser entidad superior en la naturaleza. La racionalidad, creatividad e imaginación, esas supremacías, sólo se logran en un autócrata llamado cerebro.

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