Como parte de las actividades científicas de los Laboratorios Lam se realizó hace dos semanas un enjundioso programa científico en un resort de playa con numerosos neurocientistas. El evento, denominado: ¨Trastornos Neuropsiquiátricos asociados a la enfermedad de Parkinson¨ fue muy ilustrativo.
Los distinguidos colegas, las neurólogas Marcia Castillo, Awilda Candelario y el psiquiatra Hamlet Montero, nos brindaron unas muy perspicaces conferencias sobre las condiciones de las enfermedades de los temblores a que se refirieron los brillantes expositores, desde los inicios del tratamiento hasta la mirada reflexiva del final de la vida de ese paciente con esa enfermedad degenerativa y de los elementos de decisión de saber qué hacer los que la padecen y de lo que pueden y desean hacer al final de sus vidas .
Si hay una enfermedad en neurología donde se necesita del “arte y la inteligencia” de las que hablaban los antiguos maestros iniciadores de esta carrera médica, es en la enfermedad de Parkinson. Esto así no solo por su difícil diagnóstico temprano, sino por sus grandes fluctuaciones clínicas, que incluyen, además del temblor, los problemas olfatorios y de gusto, insomnio, estreñimiento, dolores musculares inespecíficos, aspectos psicológicos y conductuales de importancia. Recientemente, el neurólogo amigo profesor inglés Andrew Leeds publicó sus investigaciones sobre una encuesta hecha en el Instituto de Neurología de Londres y en el hospital Queen Square, uno de los centros de mayor prestigio en el campo de las neurociencias, del que honrosamente soy egresado, en la cual se puso en evidencia que se cometían algunos errores de diagnóstico en los inicios de la enfermedad. Claro, que nos estamos refiriendo a etapas mucho antes de que los temblores, la rigidez, la voz baja, la lentitud de movimientos, la inflexibilidad, le ponen al paciente la etiqueta del dictamen médico, ya en esos períodos avanzados es el enfermo o son los familiares quienes le dicen al médico cuál es el aserto de la dolencia.
Recordamos una paciente nuestra, que debutó con alucinaciones visuales nocturnas, “veía” figuras humanas deformes, nunca la aterrorizaban, episodios de confusión, luego sensaciones de “hormigueos” no bien localizados, se presentaron por igual severos dolores musculares inespecíficos, que no encajaban en ninguna entidad reumatológica, gran disminución de su olfacción, insomnio importante, estreñimiento y por último le rebotaban los cheques del banco porque su firma le había “cambiado”. Al visitarnos, con estos elementos y hacerle las pruebas pertinentes de exclusión, le hicimos el diagnóstico de Enfermedad de Parkinson. Como se disponían de recursos, lógicamente se montó en un avión y en la ciudad de Miami un colega neurólogo antagonizó con nuestra presunción diagnóstica (tal vez fue el brillante Dr. “Chuffing”) y por ello, ella no recibió tratamiento por muchos meses. Les resumo: volvió con nosotros y era un Parkinson con demencia, el Dr. Silié, su servidor, tenía la razón, pero se perdió un tiempo vital en iniciarle el tratamiento.
Está científicamente demostrado que hasta hoy la esperanza inmediata para el paciente es el reconocimiento precoz de los síntomas, esos que aparecen antes del diagnóstico formal de la enfermedad, y que el paciente reciba tratamiento lo más temprano posible.
El tratamiento con la Levodopa (Rotidin) se inició hace más de 40 años, pero sigue siendo el más útil y empleado. Sin embargo, como todo medicamento, con el paso de los años, ya se evidencian sus desfavorables efectos secundarios. Es a nosotros como neurólogos, que nos toca su complicado manejo, y debemos elegir, entre dos males, el menor. Esto así pues precisamente esa es una de las funciones del médico: “Primum Non Nocere” (lo primero es no hacer daño).