El cerebro y el libre albedrío

El cerebro y el libre albedrío

JOSÉ SILIÉ RUIZ
La libertad de elección es derecho propio de todas las criaturas vivientes, pues se señala que el accionar de dichos seres tiene siempre una dirección y un propósito. La vida que se originó tal vez hace 3,500 millones de años atrás, desde ese momento hasta la fecha, es evidente que ha existido un progreso definitivo en el ordenamiento de los organismos a los cuales ha pertenecido.

Incremento que se ha logrado como resultado de repetidas selecciones o «elecciones» que han creado esos mismos organismos entre posibilidades y alternativas potenciadas para que tengan lugar esas acciones.

Hay temas neurológicos, que como incluyen la filosofía, en la que somos neófitos, en ocasiones nos retan; pero qué bueno, ese es el verdadero encanto de dilectar, que sabemos muchos tenemos puntos de vistas diferentes. Nadie puede pretender que algo tan complejo como el cerebro humano se pueda comportar igual en cada circunstancia. Con más de diez mil millones de células nerviosas (neuronas), cada una conectada con millares de sus vecinas (sinapsis), es decir que el cerebro humano siempre se negará a regirse por reglas específicas como por ejemplo las leyes físicas.

Algunos han planteado, porque nuestras acciones están determinadas por nuestro cerebro, de acuerdo a su estado, nosotros como individuos debemos ser «absueltos» por ello de responsabilidades de las acciones que realizamos. Otros van más lejos, y argumentan que sí en verdad, en la «práctica», nadie puede hacer predicciones de nuestras acciones, por el hecho de sugerir que «en principio» esas acciones estaban psíquicamente determinadas, eso elimina las posibilidades de que sean decididas por nuestras conciencias, nuestros pensamientos o nuestras determinaciones.

Aquellos que niegan el libre albedrío abogan por una sentencia de «inocente» permanentemente, al asegurar que no son responsables de sus acciones. En los pasados veinte años se ha venido repitiendo en medios sociológicos, penalistas y psiquiátricos, que no es responsable el delincuente, sino «la sociedad». Ahora el lugar de ésta lo ocupa «el cerebro» y mañana tal vez será una de las «amígdalas cerebrales». Son los trabajos de Benjamín Libet, quien planteó que el simple movimiento de un brazo no está determinado por la voluntad, sino que cuando éste se realiza, ya todo ha sido organizado, y está cuasi determinado por el cerebro.

El primer trabajo publicado que intentó explicar las reacciones emocionales y el pensamiento lógico y cómo interactuaban en la toma de decisiones morales, fue un grupo de la Universidad de Princenton, en Estados Unidos, publicado en el número de septiembre del 2001 de la revista Science. Se emplearon imágenes de resonancia magnética para analizar las actividades del cerebro en personas a las que se les pidió que resolvieran problemas morales. Las conclusiones de esa fecha siguen siendo iguales que las de los experimentos de hoy, afirmándose que es el área límbica, la responsable de las experiencias emocionales.

De forma general se considera que la corteza frontal del cerebro se responsabiliza del control del movimiento, la cognición, la conducta y las emociones. Estos conceptos generales incluyen numerosas funciones particulares, tales como: la planificación, la conducta basada en objetivos y recompensas, la cognición social, la toma de decisiones, la memoria de trabajo, la mentalización, la motivación, la creatividad e incluso el sentido del yo.

El sistema límbico, situado debajo del lóbulo frontal, incluye estructuras como el hipocampo, las amígdalas, la región septal y los tubérculos mamilares, que tienen todos que ver con la conducta y las emociones, es el prototipo de las experiencias emocionales de las personas acumuladas durante toda la vida. Estas áreas dominan las decisiones «emocionales». No se puede discutir que estas vivencias afloran al momento de tomar cualquier decisión. Gerhard Roth comparte también la opinión de que la voluntad libre no es otra cosa, por muy práctica que sea, una ilusión. El órgano de la decisión sería en su opinión ese sistema límbico, mientras que a la corteza cerebral – responsable de las funciones intelectuales superiores – se le reservaría el papel de mero instrumento asesor.

Los trabajos más recientes mediante todos los métodos de neurodiagnósticos confirman que sí podemos «reprimir» concientemente las acciones que consideramos incorrectas.

Las normas de conductas heredadas influyen innegablemente, pero sin llegar a ser como en los animales, a determinarla plenamente. Dejan un margen que debe ser ocupado y gobernado por la cultura. Dicho en lenguaje informático: la naturaleza suministra la maquinaria (hardware), mientras que la programación cultural y educativa (software) debe ser adquirida por cada individuo. Creemos que podemos tomar decisiones en el marco de las posibilidades y solo lo podemos hacer con libertad, justamente porque existen esas «posibilidades» y defendemos por tanto el libre albedrío, por lo que somos totalmente responsables de nuestras acciones, no culpemos el órgano rey, el cerebro.

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