El cerebro y el sentir

El cerebro y el sentir

Los filósofos griegos fueron los primeros en definir el problema, al reconocer que las experiencias psíquicas diferían de la estructura material del cuerpo. Existía la creencia generalizada de que el cerebro estaba especialmente relacionado con estas experiencias psíquicas, pero que había, en todo caso, una unidad esencial entre el cuerpo y la mente.
En general, somos muy conscientes de que la mayoría de los procesos mentales pasan en nuestra cabeza. No obstante, experimentamos los efectos sin la menor idea de los procesos neurofisiológicos en los que se basan. Somos muchos los que no logramos comprender nuestras emociones. Son muy complejas las razones para no explicarnos de manera completa los sentimientos. En primer lugar, si bien las emociones se desarrollan como un proceso biológico, al final se concretan en un asunto personal complejo. Lo primero son las reacciones conductuales y hormonales; la segunda constituye el sentimiento, es decir, una dimensión mental en la conciencia. Por la misma razón, solo podemos percibir nuestros propios sentimientos, no los de otras personas, pues únicamente podemos observar en ellas los efectos externos.
A principios del siglo XVII, Descartes (1596-1650) realizó una gran contribución al demostrar que las experiencias perceptivas solo se producen al llegar al cerebro las señales nerviosas. De acuerdo con Wint Penfield podemos llamar “Corteza Interpretativa” a las numerosas áreas que participan de la cognición. El cerebro emocional existe desde hace millones de años en la evolución biológica y surge como un sistema que permite la supervivencia y adaptación de las especies a su entorno. A partir de sus estructuras, se sustenta el desarrollo social y cognitivo del cerebro humano. Los estudios indican que el punto de partida del cerebro emocional se remonta al período Cámbrico (500 millones de años A.C.) cuando en las especies existentes se conformaron unas nuevas células: las neuronas. Estas se multiplicaron y comunicaron entre sí para formar el cerebro, y su objetivo principal era mantener el control del funcionamiento del cuerpo y la conducta del organismo para permitir la supervivencia del mismo (Morgado 2007).
Hoy en día las explicaciones biológicas de las emociones están en boga. Numerosas personas identifican los sentimientos con la actividad hormonal y cerebral. Este enfoque unilateral oculta la visión subjetiva de la vivencia emocional. Si bien las emociones pueden describirse desde la fisiología cerebral, se hayan enmarcadas en un contexto vital personal. Los estados emocionales deben estandarizarse por medio de pruebas y cuestionarios para poderlos medir con rigor científico. Con ello, según los filósofos, se pierde de vista una dimensión central: la vivencia subjetiva.
En el lenguaje popular se habla de la química entre dos personas para referirse a la amistad y al amor. La concentración óptima de neurotransmisores se encarga de que se activen interruptores internos. Algunos neurocientificos están convencidos de que tarde o tempranose describirá todo lo que hay que saber sobre la base neuronal de nuestras emociones. Así, el problema original del cuerpo y la mente se ha reducido gradualmente al cerebro y a la mente en sus diversas manifestaciones y, por fin, ante el cerebro asociativo (regiones corticales especificas) y la mente. En períodos futuros lograremos postular localizaciones más concretas. No cabe duda, sin embargo, de que todas las experiencias conscientes en localización estarán dispersas por numerosas regiones cerebrales y abarcará una población de cientos de neuronas corticales. La sensación de unidad mental no se deriva de las respuestas de una sola neurona. En el cerebro se produce una democracia con la participación de esos millones de células, pero como unidades individuales.
El lograr describir las emociones, los sentimientos por la simple acción de la dopamina constituye uno de los mayores desafíos para nuestra ciencia. ¡Seguiremos conversando!

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