El cerebro y la anatomía del amor

<p>El cerebro y la anatomía del amor</p>

JOSÉ A. SILIÉ RUIZ, FRSH
“Un amor es un amor, // si no te importa de qué modo, // arremetes contra Dios y pierdes el control de todo. //Un amor es nuestro amor, que puede derribar montañas, // tan ardiente como el sol y claro como el agua clara. // Un amor es nuestro amor, es sueño,// es ilusión y es celo,// es entrega, // es la imaginación al vuelo”. // En verdad que para poder resumir lo que es el amor sólo los poetas, están en aforo de describirlo y ésta estrofa de Alberto Cortez lo ratifica.

El próximo miércoles 14 de febrero celebraremos el día de San Valentín, el Día del Amor y la Amistad, que simboliza en nuestra cultura occidental la forma del amor puro y desinteresado, de la más sana amistad. Los caminos del amor son tan variados como complejos. El que se le tiene a la compañera (o), a los hijos, a los nietos, a los padres, a los hermanos, a la patria, a los recuerdos…Todos ellos relacionados desde un punto de vista religioso-cultural, trasunto o reflejo del amor absoluto, del amor a Dios. Pero hay otro concepto del amor y es al que voy a referirme en este conversatorio, al amor cortés, ardiente, pasional, el que nos convierte de inmediato en “el más humilde de los vasallos”.

Esta forma de amar en esta parte del mundo tiene sus inicios en las campiñas de la Provenza y salpicado del calor de la poesía mora de los califatos de la Península Ibérica, quienes dieron con sus versos un concepto al amor que ha teñido la cultura de occidente desde entonces hasta nuestros días. Se considera que con la aparición del masoquismo, “la pareja masoquista” a finales del siglo XIX hizo que se perdiera el libidinoso encanto de ese amor cortesano y romántico.

El amor, como todo proceder humano tiene numerosas particularidades: conductuales, culturales, animales, instintivas, etc. Pero hoy podemos hablar de una muy importante, la genética. Se ha logrado aislar mediante la manipulación, un gen llamado period, un proteoglicano, sustancia que segregan hormonas que condicionan la actividad sexual en los animales. Al igual que el “vomeronal”, unos receptores del olfato sexual en el amor.

Antes de ver los aspectos poéticos y románticos, no creo ofender ni osaría jamás pretenderlo, contravenir a los poetas y románticos empedernidos, con tratar de esbozar la descripción anatómica de ese sentimiento, esa tan especial emoción del alma misma que se llama amor. Los caminos de la sensibilidad (el flechazo del ingenuo arquerito), se inician en los órganos de los sentidos, los cuales captan los estímulos y luego son codificados en la corteza cerebral. En el centro de nuestros cerebros tenemos una estructura llamada hipocampo, en forma de herradura que termina en una especie de dos almendras que son las amígdalas cerebrales. A estas, las investigaciones modernas las señalan como los centros de las emociones, siendo una especie de tráficos, para el manejo de esos agradables e intensos cambios en el amor y en otras emociones. Algunos investigadores, por otra parte consideran que es el Pulvinar, un área parte del tálamo, el centro principal de esas emociones, ambas son partes del Sistema Límbico.

Esas estructuras se comunican con la corteza cerebral pre-frontal, para manejar la atención y la memoria de trabajo activo para “discernir” en la corteza cerebral. Poniendo en función desde la corteza, los llamados centros “activadores” que tienen una importante focalización en el tallo cerebral. Todo este lenguaje eléctrico y químico, dirigido por la corteza cerebral inicia la descarga de acetilcolina, domapina, serotonina, adrenalina, noradrenalina y en particular endorfinas relajantes; para que los órganos diana actúen: el corazón, las pupilas, el páncreas, la sangre, el estómago, las manos, la piel, los músculos y, las glándulas secretoras, en fin para que se haga presente la complejidad de síntomas mediados por el sistema nervioso autónomo y que nos descubren haciéndose evidentes e inocultables esas, las manifestaciones del “encantamiento” llamado amor.

Si somos prácticos, aceptaríamos entonces que el órgano de la decisión para amar sería a nuestra opinión, el sistema límbico mencionado. Mientras que a la corteza cerebral -responsable de las funciones intelectuales superiores- le reservaríamos el papel de mero instrumento asesor, pero que en eso del amor las más de las veces no la escuchamos, cuando tenemos el corazón atravesado por la saeta del mencionado angelito, el llamado “Cupido”.

El humano a diferencia de todos los demás animales, no tiene ciclos de celos, no requiere de dilatados períodos libres para su actividad sexual. Se ha señalado que el erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad socializada y trasfigurada por la imaginación y voluntad de los hombres. Pero llamémoslo, sexualidad, erotismo, pasión, deseos. El que ha sentido “amor” sabe la definición de ese “algo” tan especial; “el amor” trasciende lo inicial animal, lo primario; luego se espiritualiza, se refina, exalta, desdibuja al ser amado de esas debilidades del humano, a ella o a él, lo hace un ser casi prefecto en su imaginación.

Por eso en esta fecha del amor y la amistad y con un profundo respeto y admiración a los poetas, me aventuro con atrevimiento aguerrido a contaminar la prosa, combinar la hermosura de la poesía y la simple fisiología humana de la neurología, al concebir como acción de gran valentía, un resumen poético-neurológico, al armonizar con el grande Octavio Paz (La Llama doble). Los paréntesis nuestros, son la irreverencia de la organicidad de un neurólogo. Espero que sea leída ésta parte final con gran benevolencia por parte de los amables lectores y sea asumida como una salutación respetuosa al poeta y a la fecha de San Valentín: “El amor nace a la vista de la persona hermosa (los cinco sentidos). Así pues, aunque el deseo es universal (lo genético, animal y límbico), cada uno lo desea como algo distinto (la corteza cerebral y sus memorias) uno desea esto y otros aquello (lo cultural y aprendido). El amor es una de las formas en que se manifiesta el deseo universal”. El exquisito poeta José Mármol, con quien coincidimos por igual, en sus “Apuntes inconclusos sobre el amor” -El placer de lo nimio- señala: “El amor es capaz de engendrar una fuerza propulsora que se maravilla ante el esplendor del cuerpo, ante la seductora volumetría de la carne armonizada. A este goce, a veces impúdico, también se le ha de llamar amor, siempre que su deleite descanse en la veneración, el respeto y la consideración del ser amado”.

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