El cerebro y la buena comida

El cerebro y la buena comida

Permítanme compartir mis amables lectores, algunas experiencias  que como sibarita en Europa,  hemos disfrutado, esas que a todos nos hacen estimular las áreas hipotalámicas y  principalmente las áreas límbicas, para que reciba gratificación placentera  nuestro cerebro.   El placer que producen los alimentos es conocido por todos los humanos, y hasta por los mismos animales.

La verdadera ciencia  garantiza nuestro bienestar y  placer, no sólo nuestro equilibrio fisiológico. El placer de comer es una sensación instantánea y directa de una necesidad que se satisface; el placer  de una gratificante  mesa es una  sensación más sopesada, que  nace  de  hechos más complejos, de la participación de nuestros cinco sentidos,  los lugares  y  las personas que acompañan.

El placer de comer lo compartimos con los animales: sólo supone el hambre y lo necesario para satisfacerla. El goce de disfrutar la comida, escoger lugar, complejizar circunstancias, reunir  los convidados y agregarle un exquisito vino, nos diferencia. Aunque cueste creerlo la cocina  fue que nos hizo ¨humanos¨.

La cocina, es el resultado de un gran número de factores geográficos, sociales, económicos, religiosos y tradicionales. En ciertas culturas, la francesa por ejemplo; el gusto final es la meta básica. En otras importa que los platos degustados, además de su calidad, aporten ciertos principios favorables a las diferentes funciones del cuerpo y del espíritu; es el caso de la comida china. Mencionando la cocina francesa el mes pasado en París, en lo alto de la Torre Eiffel,- restaurante 58- degustamos el pato al roquefort, por igual disfrutada fue la cena en el Pavillon Montsouris, de la rue Gazan donde su chef, nos atencionó a su propio gusto,  con un  tierno filete a las finas hierbas.

Los excitantes estímulos neuronales que evocan las buenas comidas quedan en los recuerdos,  en anterior momento perpetué unas langostas a la crema paladeadas en el hotel Negresco de la Costa Sur en Niza, deliciosa experiencia. Igual recuerdo la celebración de mis 50 años, en el  restaurante Drolma de Barcelona, donde fui atencionado por el reputado chef Ferran Adriá,  unas verdaderas obras de arte las exquisiteces culinarias disfrutadas. En Londres, he probado  los bocadillos más exquisitos, los del hotel Ritz, degustando su famoso té, y en las elegantes recepciones del Palacio de Buckingham, los  aristocráticos ¨canapés reales¨ –fui diplomático-. Hace dos semanas en la Roma señorial volví a vivir las experiencias de sibarita exigente con las P alimenticias: presentación, paladar y  perfección.

Nos hospedamos en el hotel Marriot de la Vía Véneto, desayunando con frutas, quesos y salmón rosado en su elevado comedor, por un lado  la Basílica de San Pedro, por  otro  los jardines de la Villa Borghese, no niego que se siente uno  en el mismo cielo.

Luego de pasear por Roma, entre ruinas, modas y la Sixtina,  visitamos el glamoroso  restaurant de Harrys en la Vía Véneto,  nos deleitamos con unos camarones a la marzala, junto a un vino Amarone –colore rosso intenso- con un poco de queso Grana Padano.

La cocina nos halaga con sabores, nos da felicidad, que reconocemos es muy individual. La vida es deseo; vivir es intentar comprender, intentar saber; es disfrutar, descubrir  y estimular el cerebro.

La exigente dietética del cerebro es indisoluble de la dietética de la portentosa inteligencia  humana trascedente y del  excelso  e intangible espíritu.

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