El cerebro y la lectura

El cerebro y la lectura

El contorno de las letras es una de las numerosas variables que el cerebro usa para “descodificar” las palabras impresas. James Cattell el fundador de la psicolingüística, propuso en el 1886 el modelo de “contorno-palabra” para explicar cómo leemos. Planteó en la ocasión que el cerebro manejaba más rápido una palabra completa que una letra sola, donde la primera y la última letra de la palabra eran las importantes en la lectura. James Cattell, fue el primero en dictar clases de psicología en los Estados Unidos, en la Universidad de Pensilvania, considerado como uno de los psicólogos más importantes de finales del siglo XIX. Lejos estaba este gran pensador, de la época de la resonancia magnética.
Con una opinión basada en la actualidad tecnológica, Matt Davis de la Unidad de Ciencias del Cerebro de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, plantea que el significado de la primera y última letra no tiene sentido, él considera que el orden, el contorno y el contexto de las letras son los elementos que juegan el rol principal en la lectura. Veamos cuales son las áreas que usa el cerebro al leer: el área de Broca (casi en la sien) es conocida como el centro del lenguaje: crea los sonidos con los que el cerebro asocia las palabras cuando leemos. El área visual, en el lóbulo occipital: permite reconocer la palabra completa como un objeto cuando leemos (en la parte posterior de nuestras cabezas). El área de Wernicke: está envuelta en la compresión del lenguaje, nos permite recordar lo que hemos leído (entre la sien y el occipital). El territorio superior temporal posterior: es donde reside la teoría de la “mente”, ayuda a identificar en el lector los caracteres históricos y sociales que se implican en la lectura (parte baja de la sien). Corteza parieto-temporal derecha: se moviliza en los lectores activos, permite descodificar oraciones largas y complejas (al lado del área de Wernicke). El territorio angular: envuelto en la percepción de movimiento; permite al lector interpretar las acciones físicas en la lectura (en el mismo territorio anterior).
Con las evidencias tecnológicas actuales, podemos saber que al leer lo que hacemos es que identificamos las letras y, basándonos en ellas reconocemos las palabras. La lectura no es un proceso fluido como parece. Cuando leemos nuestros ojos no se desplazan suevamente sobre la página, sino que lo hacen en saltos rápidos que se intercalan con periodos cortos de inmovilidad. Estos saltos contienen de siete o nueve letras al tiempo, donde los momentos de inamovilidad son de unos 250 milisegundos, tan vertiginosos que ni cuenta nos damos. En la lectura rápida usamos mucho la visión periférica para ver qué palabras vienen a continuación.
Se ha comprobado que la mitad superior de las letras es la más importante: conducen al significado, mientras que la parte inferior marca el ritmo de la lectura. Cuando leemos creamos “fotos” en la mente, parecidas a los paisajes y objetos que estamos leyendo, activando las áreas arriba mencionadas. Por ejemplo cuando leemos sobre algo que implica acción y movimiento, se nos activan las áreas motoras del cerebro como si las estuviéramos realizando. Sabemos que podemos leer mejor las letras en minúscula que las mayúsculas. Está demostrado, que nuestras neuronas responden mejor a la ortografía que al cómo lucen las letras, es más importante el sentido de las mismas. Deberíamos ser una sociedad de lectores, pues se acepta que la lectura nos estimula el cerebro, nos da conocimientos, nos brinda compañía, y nos da protección contra enfermedades degenerativas como el Alzhéimer, ¡fomentémosla!

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