El cerebro y la muerte súbita

El cerebro y la muerte súbita

Fuimos llamados por el ingeniero Hamlet Hermann ante el estado de cuidado de su hermano Dardo, penosamente al evaluarlo nos dimos cuenta de la gravedad del caso y aún a pesar de todos los esfuerzos que hicimos, junto a los muy eficientes médicos de la compañía de ambulancias Movimed, no pudimos reanimarlo, y es la razón de este “conversatorio”, tema que habíamos tratado con anterioridad con los amables lectores.

La relación del ictus cerebral con esa entidad que nos lleva de sopetón a otras dimensiones del ser y  que hasta hace un tiempo era del puro dominio cardiológico, es la llamada muerte súbita, o en ocasiones llamada “inesperada muerte súbita”. Es uno de los aspectos más fascinantes de la cardiología moderna, convirtiéndose en los últimos años  en uno de los temas de investigación y discusión más debatidos, con la indecisión de si es por daño previo a las fibras miocárdicas o todo sucede en un corazón sano. Definida por los egipcios, corresponde al relevante Leonado da Vinci, el genio del renacimiento, su descripción con detalles en el siglo XV.

Pero será a partir de las investigaciones que realizan en la actualidad sobre el tema el grupo del neurólogo doctor Vladimir Hachinsky en Canadá,  que se hablará del cerebro como productor de esta condición médica  y se empezará a quitarle al corazón su protagonismo.

Ellos han demostrado que es en la Insula, territorio de la corteza cerebral, donde radica el detonador de las descargas de las adrenalinas y noradrenalinas que producen este fenómeno agudo, la muerte súbita. En una conferencia, nos señaló que ello se comprobó  a partir de las experiencias con los cerdos, que en su país al ser transportados desde las granjas al matadero, un porcentaje importante moría en el trayecto. Se investigó y se determinó que morían de infarto cardíaco agudo por el severo estrés. En la actualidad a los animales al movilizarlos para el matadero se les dan previamente sedantes y antiarrítmicos  con mucho menor mortalidad.

A partir de la Insula del lado derecho de nuestro cerebro, en las situaciones de extremas demandas emocionales, las descargas desbocadas de nuestro sistema autónomo, las fibras simpáticas y parasimpáticas, secretan descontroladamente sustancias que producen en el corazón una “miocitolisis”, que por la arritmia descontrolada, ocasiona la isquemia del tejido cardíaco y el invariable infarto masivo con la muerte inmediata por rompimiento del corazón. Este evento se había visto en las víctimas de catástrofes como temblores, incendios, guerras, etc. Pero es a partir del terremoto de la Ciudad de Los Ángeles, en enero del 1994, que se conoce como el “efecto Northridge”, confirmando que no solo la dieta y los ejercicios son de importancia para la salud cardiovascular, sino por igual la estabilidad psicológica y emocional.

Es decir que será el lóbulo de la Insula, llamado también la isla de Reil, que es una eminencia de la corteza cerebral oculta al lado de la sien, la culpable de que cuando recibimos una muy mala noticia, o enfrentamos una situación de severo estrés, más en las noches, cuando estamos de fiesta y nos informan cosas trágicas, o el caso de los fanáticos extremistas del fútbol o el béisbol, acontece la muerte súbita. Es decir que no es el pobre corazón el culpable de la misma. Han demostrado estos investigadores, que el centro de ese descalabro hormonal con severos daños cardíacos, es esa área cerebral de la Insula, que antes solo se le daban funciones de conexión.

Hoy sabemos que es ella la que nos rompe el corazón ante el terror, la gran tristeza o la severa angustia. Claro, que los factores de riesgo, tales como: edad, herencia, diabetes, hipertensión, el estrés, los problemas del hogar y el trabajo, antecedentes de enfermedad coronaria, tabaquismo, grasas en sangre, excesos de alcohol, vida sedentaria, todas predisponen y aumentan las probabilidades de ocurrencia de esta triste y abrupta muerte repentina.

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