El cesarismo democrático

El cesarismo democrático

R. A. FONT BERNARD
Uno de los jóvenes intelectuales más sobresalientes de nuestro país nos ha solicitado algunas referencias relativas a la tesis del «Cesarismo Democrático», sustentada por el doctor Laureano Vallenilla Lanz, en los primeros años del pasado siglo XX, a la que nos referimos en un artículo anterior. El doctor Vallenilla Lanz fue considerado en su época, como el sustentador ideológico de la tiranía del general Juan Vicente Gómez, en Venezuela. Y como tal, el convencido pensador político, creyente en la inevitabilidad del «gendarme necesario», para sustentar la paz, y con ella el progreso, de los pueblos latinoamericanos.

Por la elegancia de su prosa, y por erudición con que solía sustentar sus ideas políticas, al doctor Vallenilla Lanz podría considerársele, par con nuestro licenciado Manuel A. Peña Batlle, dentro de la más elevada jerarquía intelectual de su país. Y en la tesis desarrollada en la obra que comentamos, aportó puntos de convergencia, con las ideas cardinales de don José Ramón López, en su obra titulada “La alimentación y las razas”.

En el “Cesarismo Democrático”, el doctor Vallenilla Lanz, analiza primero al hombre venezolano de su tiempo, luego el hecho resultante del individuo, y finalmente, estudia la influencia del hecho, a través de las generaciones.

Los pueblos de la América Latina, conforme a la opinión del doctor Vallenilla Lanz, tenían que comenzar por darse lo que necesitaban, para afincar su independencia política por medio del trabajo. Debían fundar, sobre la base de la instrucción, sus anhelos de mejoramiento; y sobre todo, las leyes deberían ser hijas de las necesidades de las respectivas comunidades, no patrones o modalidades ajenas a su ser social. En esto asimiló las ideas del libertador de Cuba, José Martí, quien sentenció, que el espíritu del gobierno debe ser, el del país. “El buen gobernante en América no ha de ser el que sabe como se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con cuales elementos está hecho su país”, escribió el Apóstol.

En apoyo de su tesis, el doctor Vallenilla Lanz recordó el discurso del Libertador, Simón Bolívar, en el Congreso de Angostura del 1810, en el que denunció la incapacidad de las masas sociales analfabetas para gobernar, y predijo sus consecuencias: “Al proponer la Presidencia Vitalicia, con derecho a la sucesión, el Libertador propuso el gendarme necesario, como guía de los pueblos que aún desconocían su identidad”.

Se ha de tener presente, que el doctor Vallenilla Lanz publicó su libro en la segunda mitad del pasado siglo XX. Por lo que subrayó que los hombres como el Libertador, que poseyeron toda la amplitud de criterio, para romper con los dogmas, solicitaron no la mejor Constitución, sino la que más convenía a “los pueblos inorgánicos”, recién emancipados de una larga tutela monárquica. Tenían que chocar, con los que contrariamente creían, que bastaba “decretar para crear”, tomando demasiado en serio el papel de representantes de pueblos, que ni siquiera conocían los representados de esos legisladores.

En la obra que comentamos, el doctor Vallenilla Lanz propuso dos “grandes remedios”, para resolver los males venezolanos de su tiempo. Uno de ellos, el aumento de la población, para que su país dejase de semejar un desierto, y “hacer efectiva la democratización por la uniformidad de la raza”. Y el otro, el fomento de la educación, para elevar el nivel moral del pueblo… Varios años antes, Don Eugenio María de Hostos habían predicado, en sus plásticas con la juventud que surgía a la sombra de su magisterio, en nuestro país, que “civilizarse no es más, que elevarse en la escala de la racionalidad humana”.

Podría considerarse, que el doctor Vallenilla Lanz se refería a nuestra sociedad, posterior a la Guerra de la Restauración de la República, cuando en el capítulo reservado para “el gendarme necesario”, señaló cualquiera que leyese la historia de Venezuela, encontraría que después de asegurada la independencia, la preservación moral, no podía de ninguna manera, encomendarse a las leyes, sino a los caudillos prestigiosos, del modo como había sucedido en los campamentos. “En el estado guerrero -subrayó-, el ejército es la sociedad en reposo”. Nosotros recordamos, que en la enmienda constitucional del año 1872, el General Gregorio Luperón recomendó, que se limitase a sólo un año, el período de gobierno, para satisfacer las aspiraciones presidenciales, de los numerosos caudillos, emergentes de la guerra de la Restauración.

Desde luego, que hacia el 1913, y sin referirse específicamente al general Juan Vicente Gómez, el doctor Vallenilla Lanz consideraba, que por encima de cuantos mecanismos internacionales se hayan establecido, “existe siempre, como una necesidad fatal, el gendarme de ojo avisor, de mano dura, que por las vías de hecho, inspire el temor, y por el temor, pueda garantizar la paz”. O sea el Maquiavelo postulante de que “a los hombres hay que atraérseles o deshacerse de ellos, una concepción de “el gendarme, necesario”, desarrollada en nuestro país por el doctor Joaquín Balaguer, en la conferencia leída en el Ateneo Dominicano, el año 1952, con el título de “El principio de la alternabilidad en la historia dominicana”.

“En todas las Repúblicas Indoamericanas -sustentó el doctor Vallenilla Lanz-, el orden social, la estabilidad política, el progreso y la prosperidad económica, no han sido efectivos, sino cuando ha preponderado por largos años, un hombre prestigioso, consciente de las necesidades del pueblo, fundando la paz en el sentimiento general, a despecho del principio de la alternabilidad”.

En ese sentido, es preocupante admitirlo, que no obstante el estado de derecho por el que se aboga en nuestro país después del 30 de mayo del 1961, no es infrecuente escuchar en la calles que es preferible la mano dura de Trujillo, al estado de inseguridad ciudadana y a la deshonestidad oficializada, que, según se alega, predominan actualmente en nuestra sociedad. O sea, el gendarme necesario preservador del orden público y de la paz social.

A los 161 años de nuestra independencia política, el nuestro es un país desorientado, y no porque en comparación con los pueblos europeos, sea relativamente joven, sino porque no ha logrado aún un pleno conocimiento de lo que don Américo Lugo llamó “el alma nacional”. No han cuajado en él, como fuerzas decisivas, lo espiritual y lo cultural.

No caeremos nosotros en la temeridad de ignorar la representatividad del Congreso Nacional como el espejo transparente de nuestra sociedad. Pero la sociedad no es un agregado de átomos, sin vínculos ni jerarquías. Y es por ello por lo que ha de considerarse la actitud confusionista adoptada recientemente por el Senado de la República como una provocación, que de no mediar la vocación conciliadora del Presidente de la República, pudo haber conducido a una aguda arritmia de la gobernabilidad de la nación.

Como desinteresado admirador de las cualidades que definen la personalidad intelectual del doctor Leonel Fernández, en particular su vocación magisterial, coincidimos con quienes estiman que recae sobre él la responsabilidad de que nuestro país, en sus presentes circunstancias sociales y económicas no recale hacia lo peor.

Cierto es que como Presidente de la República no tiene frente a él a los guardias trujillistas, al los curas reaccionarios, ni a los empresarios retrógados que desataron sus furias contra la administración del Presidente Bosch. Pero subsisten aún, como la yedra venenosa, muchas cosas del pasado que fueron malas, junto a otras tantas del presente que no son buenas.

Como lo hemos citado en otras ocasiones, el general Máximo Gómez le tenía repulsión a las cucarachas, y Trujillo le tenía adversión a los ciempiés. Hay quienes le tienen miedo a los relámpagos y a los muertos. Y a nosotros nos asiste la convicción de que, contra lo que debe estar prevenido el Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, doctor Leonel Fernández, es que, como al profesor Juan Bosch, no lo cojan “asando batatas” los intereses, externos o internos, nostálgicos del “hombre necesario”.

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