El chivo sigue provocando náusea

El chivo sigue provocando náusea

CARMEN IMBERT BRUGAL
Aquella alharaca se repite. Cuando la novela fue leída en el país, las lamentaciones e imprecaciones fueron constantes. Pedían la cabeza del autor por malvado y mentiroso. Años después, la película alborota, provoca desmentidos, admoniciones. Multiplica comentarios. Otra excusa para confrontar versiones, calibrar arrogancia e intentar, por enésima ocasión, confundir. La actitud subraya el escarnio. No ha bastado el tinglado de falsedades y transacciones. Algunos pretenden ceñirse a la crítica especializada, aluden que sus objeciones al filme, son técnicas. Válido el argumento pero el trasfondo, similar. Es el enredo de fascinación y asco, admiración y culpa.

Con una vasta bibliografía acerca del horror trujillista, con testimonios sueltos y devaluados, un grupo de dominicanos reitera el disgusto. La saga de los Llosa, inquieta. Y repiten hipótesis. Pretenden negar lo ocurrido, validar interpretaciones rubricadas por escribanos autorizados, aceptadas como verdades, sin

contexto. No admiten réplicas. Apabullan a quienes nunca quisieron ni pudieron divulgar su parecer.

El análisis de la era se ha convertido en patrimonio de unos cuantos. Difunden con estridencias su opinión.

Acordaron establecer una galería de héroes y villanos, víctimas y victimarios. Nadie puede cambiar los lugares asignados, menos recordar los yerros de quienes manipulan la memoria colectiva. Son los teóricos de la tiranía.

Durante un tiempo callaron, otros menesteres les ocupaban.

La codicia, el pesar y el miedo, tasaban el silencio. Para ellos, la tortura, la cárcel, el asesinato, el ostracismo, la ofrenda de vírgenes, el adulterio consentido y público, en procura de un favor del perínclito, las vejaciones cotidianas, la injuria, las traiciones, son detalles intrascendentes, no caben en una evaluación política de la era gloriosa. Son impúdicos pormenores que afectan más a los agraviados que a los ofensores.

Hemos vivido engañándonos, encubriendo faltas propias y ajenas, abrazando torturadores, aupando asesinos y estupradores oficiales. Existen los buenos y los malos, los difamados y los difamadores, los convictos y los inocentes favoritos. Los autores del pliego afrentoso también pautaron el límite de su contrición y responsabilidad.

La compra y venta del buen nombre fue auspiciada por los acontecimientos posteriores al 30 de mayo del 1961. Los diferentes partidos políticos asumieron las categorías establecidas por los nostálgicos de la era. Si convenía, un matón se convertía en cooperador del partido, un sicario en enlace, un palero en funcionario, un soplón en ministro.

Embajadas y Consulados, Secretarías y Direcciones, estrados y curules se llenaron de aquella escoria reivindicada. A partir del 1966, Joaquín Balaguer actuó con esmero.

Demostró, sin resquicio alguno para la prueba contraria, el talante de los hombres y mujeres que estrenaban el “antitrujillismo” como oficio. Ofreció y aceptaron.

Satisfizo el apetito de héroes y malandrines. Vistió el luto con ropa cara y extendió heredades para mitigar dolores.

Comenzó entonces la redacción de los currículos para acceder a la gloria. Establecieron la galería de valientes, sin pasado. Repartieron olvidos para tranquilidad de algunos y mortificación de otros. Así, verbigracia, nadie señala las tropelías de una de las hijas del tirano. Ella y sus secuaces son intocables. Desapareció la gavilla de fasto y sordidez, capaz de cometer atrocidades. Tan bien lo hicieron, que la temible y caprichosa Angelita, devino en una fervorosa matrona y sus parciales son venerables señoras.

El tiranicidio fue fragua para redenciones y agravios imperdonables, para exculpaciones y condenas antojadizas.

El compadrazgo asignó dignidad a la cobardía. Omitieron protagonistas, ocultaron episodios. Hay un antes, un durante y un después del 30, veleidoso.

Sociedad construida sobre la simulación y los prejuicios la nuestra, con estamentos de poder claudicantes.

El peso de sus pecados es tan grande que ha sido mejor obviar la penitencia.

La única pesadumbre es la evocación cuando proviene de una persona extraña a la barbarie.

El recuento de nuestras miserias, sin tapujo, tiene forma de novela. Su autor no inventó nada, fungió como cronista. No cupo la fantasía en el trabajo de Mario Vargas Llosa.

En la obra están los fantasmas, el miasma que nos impide vivir de una manera distinta, decente, sin proteger a los responsables de tanta  fechoría. Ahora, la exhibición de una película renueva jaculatorias y cotilleo.

No es un documental, no se ciñe a la novela, tiene múltiples errores históricos pero eso no basta. Aprovechan para intentar un exorcismo tardío.

Belcebú no ha sido vencido. Aparece a cada rato y seduce.

“ La Fiesta del Chivo”, novela, y la película homónima no nos ofenden, nos ofendió  El Jefe y la canalla que todavía está en la rebatiña del ocultamiento, con el desasosiego de la perversidad, negociando cadáveres, compitiendo para obtener proceratos. El agravio está aquí, carece de empaque literario o artístico.

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