El cielo del sábado

El cielo del sábado

“Tendido boca arriba, con la espalda desnuda sobre la hierba, miro las estrellas del cielo pequeño de mi patio. Es sábado; el atardecer amortigua la luz y el cansancio del trabajo. Todavía algunas de las piedras del corredor conservan calor del sol. Encima de ellas coloco los pies y disfruto del aire, de las hojas verdes, de la pausa semanal. Los pájaros cruzan por arriba de las casas cercanas buscando lugar seguro para pasar la noche. Escucho estos graznidos y no sé si serán gritos desesperados de animales en peligro, señales de identificación colectiva, reclamos de amor entre parejas; o, simplemente, la alegría de estar vivos y revolotear en el mundo”.

“A veces caen plumas en el patio desde los árboles grandes donde anidan los “chua-chua”. Son pruebas silenciosas de que han sacudido las alas muchas veces en busca de alimentos. Una verdad monda y lironda es que los hombres “revoloteamos en el mundo”, como las cotorras y las golondrinas. No sabemos cuándo la desgracia nos golpeará en la pechuga y soltaremos las plumas, igual que un cernícalo apedreado. ¿Qué podemos hacer para defendernos en la guerra perpetua de este tiempo que nos toca? ¿Es posible que los judíos hayan inventado el sábado? El sábado es una mínima redención periódica de las fatigas del trabajo”.

“El cielo de los lunes no es igual que el cielo de los sábados. El lunes no tenemos tiempo de mirar nada detenidamente. Al comenzar la semana salen a las calles, a la misma hora, miles de rodillos humanos dispuestos a aplastarnos por un lugar dónde comer, trabajar o estacionarse. La ambición avanza a base de mordiscos y astucias, oí decir a un anciano español. Solamente el sábado disminuye la presión. Entonces podemos abrir la carpa del paraíso provisional”.

“Bajo el cielo del lunes decidiré lo que tengo que hacer; los días de la semana son más que los sábados. El sábado es la séptima parte de la vida de los hombres. El resto es mucho más importante. Las viudas disfrutan del sábado; también los políticos, los almacenistas; hasta los sacerdotes tienen oportunidad de descansar los sábados”. Tizol dobló el papel y lo guardó en la gaveta de su escritorio.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas