El cielo dominicano según Juan Bosch

El cielo dominicano según Juan Bosch

Juan Bosch era un hombre fascinado por Yaveh y la cultura judeo-cristiana y conocía al detalle a David y a muchos otros personajes. Su cuento “Dos Pesos de Agua” obliga a reflexionar sobre la manera absurda, inútil, y ajena a la tradición bíblica en que los dominicanos solemos concebir el cielo: un lugar en donde los difuntos, santos y ánimas, se ocupan caprichosa, “azarosamente”, de la suerte de los creyentes que les encienden velas y prometen ir descalzos al santuario, dejar de beber ron por unos días … (Los bebedores suelen sacrificar el primer trago de la botella, tirándolo al suelo para el disfrute de amigos ya fallecidos).

La santería popular muy a menudo se enmascara de catolicismo, y muchos creen que son lo mismo. Para obtener un milagro o favor del cielo, no hay que obedecer los mandamientos de Dios, ni tener méritos espirituales, pues basta con ser agradecido, o al menos pregonarlo, y mantener una “lealtad pública” al santo o a la virgen que lo beneficia y protege.

Nada de esto concuerda con la doctrina católica misma, que destaca que todos esos santos sirvieron a Dios y  los pobres sin reservas, y cuesta imaginar qué pensaría la Virgen, o Francisco de Asís, de un devoto que le solicita un milagro a cambio de arrastrarse por tierra durante horas frente a su estatua.

Una de las cosas bien claras en la palabra de Jesucristo es que el cielo no tiene favoritos ni admite sobornos. No hay clientela ni parentela; Dios no tiene vínculos particularistas, ni favoritismo: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de mi Padre”. Un esquema de relación con Dios absolutamente simple, racional, predecible.

Los emperadores romanos lo adoptaron para doctrina oficial del imperio porque proveía un esquema de dominación y administración vertical, en base a principios y normas coherentes, universalistas, y un mecanismo paralelo de control que opera desde la conciencia del propio individuo-ciudadano. Constituye una gran lástima que ni siquiera eso tengamos hoy los dominicanos en nuestra cultura y cosmovisión.

Todo lo contrario: Sincretizamos nuestra mentalidad caudillista y clientelista con la santería y el voduismo, y  pensamos que los santos, como los políticos, tienen marquesinas y zaguanes en el cielo  para atender sus clientelas y salas privadas para familiares y allegados. Esas falsedades posiblemente existan en las antesalas del infierno, porque en las del cielo no se aceptan corruptos, mentirosos, ni holgazanes (Apocalipsis 21.8). Si tan sólo imitásemos la vida de los santos y cumpliésemos la frase de María, la madre de Jesús, de “hagan lo que él les dice”, el cielo y el suelo dominicanos estarían libres de muchas de esas aberraciones.

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