Las artes enseñan, educan y construyen a quienes las practican y a quienes las contemplan y disfrutan, y el cine, bautizado como “séptimo arte” desde inicios del pasado siglo, contiene lecciones que muchos ignoran en nuestra sociedad y, por ejemplo, ahora en nuestro ambiente político, las cámaras visibles y secretas no han podido aprovecharse como elemento de soporte probatorio de actos de corrupción o sobornos que muy posiblemente quedarán sin castigo por la falta de una grabación de transacciones ilícitas de funcionarios gubernamentales.
En el cine son numerosas las producciones donde aparecen diálogos y escenas sobre el funcionamiento de una estructura o departamento denominado de “Asuntos Internos” que investiga, persigue y sanciona los actos ilícitos de miembros del aparato policial y las cámaras ocultas juegan un importante papel para capturar delincuentes infiltrados en esas instituciones. Las ejecuciones de trampas y dramatizaciones para atrapar a corruptos también son parte de muchas producciones cinematográficas.
Hace algún tiempo me referí a las cámaras “útiles”, especialmente a las que se colocan con fines de vigilancia en calles, edificios y lugares donde se concentran multitudes y asimismo he mencionado las cámaras “inútiles” como la de “cuentos” (mote creado por mí hace unos 10 años y no me interesó registrar para cobrar derechos de autor ¡jejejejejeje!) mal llamada “de cuentas” que no ha servido para nada y las de senadores y diputados dominicanos cuya contribución al desarrollo y bienestar de la ciudadanía es imperceptible mientras sus frecuentes inconductas (salvo pocas excepciones) justifican la apreciación de la ciudadanía respecto a que son una carga presupuestaria injustificada y una vergüenza, en vez de orgullo, para sus comunidades.