Familia es el amigo, el vecino más cercano, léase bien cercano. En los últimos cuarenta cuatro años he estado más cerca de mi amigo don Napo (apodo inventado en el gran taller de la editorial NovaMex, en Ciudad México, a partir del tartamudeo de un islandés. Nap,Nap, Nap, repetía el gerente de aquel taller de dimensiones interminables. Mi nombre, Bonaparte, le sirvió para una asociación de ideas con Napoleón. Finalmente, el islandés no pudo pronunciar Napoleón. Al despedirnos, mi amigo don Napo ya había creado un apodo para mí, Napo, lo escuché tranquilo y cuando me dirigí a él lo llamé don Napón y, desde entonces, así nos bautizamos uno al otro.
El tiempo, la vida, los negocios, las familias acercan, atraen, alejan. Intereses comunes tales como la práctica de los deportes, espíritu de competencia, acercan y compactan las amistades entre gente decente.
En especial, don Napón es un hombre con una exce lente educación escolar, hasta la universitaria. Recuerdo aquella larga plática que sostuvimos en un vuelo, entre Miami y Los Ángeles, en la cual abordamos un solo tema: Grecia, su cultura, su vida cotidiana, el ejercicio extraordinario de sus facultades de observación y las felices conclusiones de sus pensadores.
Mientras conversábamos, recordé a mi padre, Julio Gautreaux, estudiando culturas griega y romana, uno de cuyos libros forma parte de mi biblioteca: “Paideia, los ideales de la cultura griega” y rendí homenaje de respeto a mi cuñado, el abogado Fausto Antonio Martínez Hernández, quien durante varios meses de 1961/1962, lideró un grupo integrado por Manuel del Orbe Risk, Roberto Saladín Selín y yo, quienes disfrutábamos del interesante repaso.
El Ciudadano del Mundo es un acucioso investigador de los avances científicos y tecnológicos que alcanza la humanidad. Esta al día de prácticamente todo lo que es nuevo y novedoso, curioso y extraordinario, de ahí que no fue extraño que anduviera con un teléfono celular, de los de primera generación, en la década de 1980 o introduciendo el uso de la tecnología, ahora muy conocido.
Don Napón hizo una verdadera labor de misionero cuyos resultados se vieron hechos realidad primero en el sector industrial donde unos muy pocos empresarios fueron capaces de arriesgarse, de manera muy tímida, en el uso de la energía solar captada mediante paneles, práctica que se iba imponiendo en el mundo.
En las noches calurosas de la década de 1990 nuestro primer nieto, Iván Emilio, pudo dormir gracias a un abaniquito movido por energía solar. Gracias al Ciudadano del Mundo Oscar José Torres Debrot, a quien proclamo: Padre de la energía solar en República Dominicana.