El ciudadano y el TLC

El ciudadano y el TLC

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Asumamos que, por cualquier razón, y puede haber muchas, yo no entiendo el significado que tiene el hecho de que el país entre, o no, a formar parte de ese acuerdo que se llama Tratado de Libre Comercio. Digamos, por ejemplo, que yo soy uno de esos ciudadanos que últimamente se conocen como los “de a pié”. El “deapieísmo”, si se me permite utilizar ese término, en este caso particular tiene que ver específicamente con el grado de preparación académica. Infimo.

Por tanto, soy uno de esos ciudadanos, que, aunque quisieran opinar sobre el tema, no tienen los medios intelectuales que les permitan formarse un juicio al respecto. Es decir, no soy bruto. Carezco de educación. No sé ni “jí” de economía, no hablo inglés, y no tengo ni idea de dónde quedan Guatemala u Honduras. Sé que hay cosas que se llaman empresas e industrias, pero ni siquiera me imagino cómo se manejan.

Desde hace tiempo, vengo oyendo y leyendo (porque sé leer, que conste), toda una serie de artículos, opiniones y pareceres con relación al tan traído y llevado tratado. Unos a favor, otros en contra. Tira por aquí, jala por allá. Que si da tiempo, que si no da tiempo. Que faltan cosas. Que si este detalle o el otro interés. A quién le conviene y a quién no. Que si el Congreso no tiene autoridad para esto, pero sí para lo otro. Viajes para conseguir apoyo o aceptación. Comunicaciones de los americanos. Reuniones de las cúpulas. Impuestos no, pero todavía sí. Iba hace tiempo pero no se pudo. Ahora va en julio. Pero no se sabe.

En fin, debo confesar que me marearon. Y no he podido sacar nada en claro. A estas alturas no soy capaz de decir una sola palabra al respecto. Entre mi escasa preparación para poder comprender y el elevado nivel de las ponencias me he quedado in albis. Y me siento incómodo. Me gustaría saber qué es lo que está sucediendo realmente y por qué.

Yo formo parte de este país. ¿Por qué no puedo entender las cosas? Yo voto. Religiosamente. Cada dos años. Y le doy mi voto a quien yo considero. No pertenezco a ningún partido político. No me gustan o no estoy de acuerdo con algunos de los que son elegidos, pero respeto el hecho de que estén ahí. Entiendo que, de cualquier manera, llegaron a ese lugar porque se supone que van a dar lo mejor de sí para conseguir lo mejor para mí. Yo soy su pueblo.

Pero me lo aderezan todo de una manera que hace que mi paladar no guste del manjar que me ofrecen. Me pierdo en mis pensamientos. Si va a ser tan bueno para mí, ¿por qué no terminamos de meternos de una vez por todas? Y si no es bueno, ¿por qué no desechamos la idea definitivamente? ¿Por qué esta zozobra? A mí lo que me parece es que algunas situaciones se desarrollan con el esquema propio de una telenovela.

Claro, me dirán que debido a mi pobre intelecto no soy capaz de entender lo que sucede. Es política de alto nivel. Pero no debo desesperar. Hay que seguir cultivando esa paciencia que nos piden siempre, para todo, desde que mataron a Trujillo. Por cierto, acaban de cumplirse cuarenta y cinco años.

Casi nada. El problema es que para algunas cosas nos hemos hecho inseparables de esa virtud, pero no vemos los grandes resultados. Y, ¿entonces? Nada. Debo dejarlos que hagan lo que consideren. Ellos están preparados para manejar esas cosas. Yo no. Imagínense, si ni siquiera empecé el bachillerato. Leer y escribir, garabatear diría yo, de casualidad. Y alguna que otra cuentecita que puedo hacer para defenderme.

Espero que realmente sea beneficioso para mí el camino que decidan tomar en representación mía. Sea cual fuere. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Bueno, rezar. Siempre. Y pedirle a Dios que los ilumine a ellos y que tenga compasión de mí.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas