El clamor sin el pacto fiscal

El clamor sin el pacto fiscal

Juan Carlos Mejía.

Existen algunos dones que sorprenden a la humanidad. La propia naturaleza los proporciona y, en la práctica, algunos sobresalen más que otros. Un ejemplo de esto es la capacidad de audición. Es decir, el don de afinar los oídos para escuchar de manera pura, en medio de cientos de ruidos, lo que realmente interesa.

El más reciente caso del talento auditivo fue sorprendente. El ministro José Ramón Peralta y el Portavoz del Gobierno, Roberto Rodríguez Marchena, fueron capaces de afinar con tal nitidez sus oídos, que escucharon un “clamor” que aseguran salió del pueblo. Se trata del “grito” por el Pacto Fiscal.

Ambos altos funcionarios, privilegiados por su cercanía al Presidente, dicen que el chillido es generalizado. Que es imposible que ante tal situación tan ruidosa, el gobierno se tape los oídos. Además, este bramido sale de muchas partes a la vez, incluidas las agrupaciones industriales y empresariales.

Pero además, dicen que la atención a este rugido que ha sido escuchado mediante el don de la audición del gobierno, resolvería muchos problemas ancestrales. Según el ministro, algunos de ellos son el déficit en el sector eléctrico, mejoría en la educación, transporte, salarios, salud y por último, seguridad y vivienda. Pero ojo, todo esto “sin subir ni crear nuevos impuestos”.

Evidentemente, ante la afinidad auditiva del Gobierno, expresada por sus ministros, cualquiera que diga lo contrario va en desventaja. La razón de esto es sencilla: no fue dotado ni entiende el talento natural con que cuenta el gobierno para escuchar al pueblo, aunque sea solo en el aspecto fiscal.

Sin embargo, aun con el riesgo de fracasar en el intento, me permito enumerar algunas cosas que las prácticas cotidianas en este oficio del periodismo me han permitido ver de frente.

El pueblo no clama por más impuestos, no importa si se llama Pacto Fiscal o reforma. Clama por un plan sistemático de seguridad ciudadana, y no un lamento del gobierno ante el auge de la delincuencia que se lleva a diario vidas productivas.

Los dominicanos claman por mayor oportunidades laborales, por un quebrantamiento de la estructura del amiguismo, el favoritismo, el enriquecimiento ilícito, la corrupción sistémica, la renovación de la justicia y la Policía Nacional.

El clamor, que de seguro apabulla al del Pacto Fiscal,  es por más oportunidades para los jóvenes egresados de las universidades, los miles profesionales cesantes que se encuentran ejerciendo oficios informales, las trabajadoras domésticas sin protección, y los jóvenes que ven pasar sus días sin lograr incorporarse a un trabajo.

La gente grita porque no ve la tan enfatizada promesa de que un país con un crecimiento económico favorable, como es el caso de la República Dominicana, se traduciría en bienestar colectivo. Miles lloran y gritan porque pese el sacrificio de su familia de llevarlo a la universidad, hoy están devuelta al campo desde donde salieron, por la falta de oportunidades.

Puedo asegurar con toda firmeza, aunque sin contar con el talento del gobierno, que a las voces del clamor, en especial al de la inseguridad ciudadana, se han unido las iglesias, sociedad civil, amas de casas, juntas de vecinos, empresarios, obreros, transportistas, comerciantes, estudiantes, deportistas, en fin, todos los sectores. Pero ante este griterío, es necesario esperar.

Frente a esta estructura de desigualdad en que se sustenta el país, es imposible pensar que creamos que el denominado Pacto Fiscal iría en contra de aquellos que, en la pasada campaña electoral, el gobierno invitó a una cena pro-recaudación de fondos, cuyo monto mínimo por participante era cercano al millón de pesos que serían destinados a la reelección. No más de lo mismo.

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