La relación entre parentesco, afecto y poder es una condición necesaria para la superviviencia de la familia y el clan. El afecto, aunque es instintivo, también es cultivado como mecanismo de lealtad a la comunidad y la nación. La lealtad y el afecto suelen ser inseparables, y forman parte del sistema de emociones y sentimientos que aseguran que la vida sea placentera.
El traspaso del poder tribal de padre a hijo era natural en muchos pueblos; entre los hebreos, por ejemplo, se instituyó la primogenitura desde muy temprano; en otros, la primogenitura se sometía a pruebas: entre los Hunos, padre e hijo realizaban luchas cuerpo a cuerpo, para demostrar la capacidad del hijo de sustituirlo.
Desde la institución del reinado el poder ha sido hereditario. Desde Moisés hasta Samuel era Dios quien indicaba al profeta quién sería el hombre que debía ser ungido para dirigir el “pueblo escogido”. Algo similar fue el establecimiento del poder papal en la Iglesia de Roma. Cada papa nuevo era elegido por “revelación” divina a los miembros del cónclave de cardenales, príncipes de la iglesia. La autoridad de cada diócesis, en cambio, era designada por el papa con criterios de poder, santidad y capacidad gerencial. Debido a los muchos y frecuentes conflictos que se formaban entre los hijos y herederos del párroco, la iglesia decidió abolir el matrimonio de los sacerdotes.
Por lo cual, tanto en Roma como en las provincias y diócesis, los religiosos encontraron la fórmula de la transmisión de sus bienes y su poder a través de supuestos o reales sobrinos o “nepotes”. Así, el nepotismo fue una “institución marginal” de la herencia del poder y la autoridad.
Esta figura para la mantención del poder sirvió de modelo a la posteridad político-económica: Las redes de relacionados, parciales y seguidores se ha basado en lealtad, talento, capacidad y liderazgo, pero con gran preferencia por las personas con vínculos de sangre o afecto.
Consecuentemente, las relaciones afectivas se convierten en soporte de las relaciones de poder político, social y económico, especialmente cuando la economía-sociedad no da garantías para la supervivencia de todos, las nuevas culturas globalizadas amenazan los patrones tradicionales de cohesión social, mientras los valores abstractos y las metas de carácter institucional pierden vigor.
Interesantemente, las relaciones afectivas y primarias, aunque dan solidez al sistema de dominación, conspiran contra el mismo en la medida en que la protección de parientes y allegados ineptos tiende a hacerse mayor y a obstruir la libre competencia y el desarrollo de los individuos más aptos para la dirección de la comunidad; haciendo peligrar la supervivencia del grupo o nación en el largo plazo. Así, la lealtad y la confianza entran en conflicto con la capacidad, el talento y la eficiencia.
Moraleja: Todo sistema requiere de “generales que ganen batallas” y de “administradores sabios y eficientes”, que aún sean menos leales al jefe, sean mejores defensores de los intereses superiores de la nación-estado.
El buen gobernante debe crear y promover sano equilibrio entre estos valiosos pero potencialmente conflictivos recursos.