El club de odiadores de Di Pietro y la poética

<P>El club de odiadores de Di Pietro y la poética</P>

Los estudiantes de inglés a que alude Giovanni di Pietro o los de letras, en la época de los años 1980 en adelante en que les di a conocer la poética de Henri Meschonnic, eran los futuros escritores y poetas dominicanos. El minúsculo mundo de los críticos, para los cuales Di Pietro no escribe, cree él ingenuamente, son los activadores sociales de la ira y el enfado social de los articulistas de periódicos digitales o físicos y de los remitentes de correos electrónicos a través de la red.

Tantos los articulistas, los críticos o los remitentes de correos electrónicos mantienen una clientela de admiradores en actitud levantisca en contra de críticos eclécticos como Di Pietro o como los que practican el método de la poética.

Pero como son sujetos que se han sumado al carro de lo posmoderno, a la cultura “light” y a los fastos del poder político y a las dictaduras izquierdistas de partido único, su estrategia política y literaria es reenviar correos tóxicos a través de las redes sociales o escribir artículos iracundos, llenos de denuncias y resentimiento social y de frustraciones al no haber podido realizar la gran obra literaria que se esperaba de ellos y que les catapultaría a la fama internacional o criolla. Esos críticos, cuyos partidos de izquierda pactaron con el poder, se han quedado aislados y añoran, con nostalgia, los regímenes de partido único al estilo Cuba, la ex Unión Soviética y los países satélites del Este de Europa o Asia, cuya única teoría literaria es la del arte y la literatura como reflejo de la realidad y la lucha de clases. Y se vio en el pasado a partidos comunistas colaborar con dictaduras de derecha como la de Batista en Cuba. Los intelectuales de izquierda justificaban esa colaboración en nombre del triunfo de la revolución proletaria a escala mundial.

Algunos poetas y escritores se vanaglorian hoy cuando en Cuba, en países con regímenes autoritarios o en editoras que intercambian viajes y premios, les publican sus obras insulsas cuyos sentidos están programados de antemano o son francamente repeticiones de lo ya hecho por los intelectuales del compromiso político-literario de clase o por los poetas de la metafísica del signo. Esto no es raro, pues ambos tipos de intelectuales poseen la misma teoría del lenguaje y la historia, lo social y el individuo, el Estado y la literatura.

Por esa razón cuando ven los resultados de la aplicación de métodos como el de Di Pietro o el de la poética que asignan un valor a determinadas obras literarias dominicanas, al comprobar que las suyas no aparecen, se vuelven rabiosos al quedar al descubierto su propia esterilidad. Hay que felicitarles calurosamente y exhortarles a que se pasen la vida reenviando siempre mensajes por las redes sociales. Esos correos electrónicos y esos artículos tóxicos en los medios son su obra maestra.

Mientras tanto, Di Pietro se conforma con explicar en su libro en qué consiste su método ecléctico y cómo lo aplica. Con ese método ha llevado al alcance de un segmento de la sociedad dominicana una valoración de nuestros textos clásicos y modernos que no alcanzan la pluralidad infinita de sentidos, pero sí un plural parsimonioso. Lo realizado por Di Pietro a través de los libros donde ha mostrado esa valoración quizá ayude al lector a contemplar la vida de otra manera y a forjarse una idea de los textos literarios dominicanos que realmente cuentan, pese a su constatación de que en nuestro país ni los críticos leen. Dicho ya documentado por Peña Batlle y Héctor Incháustegui Cabral.

Manuel Mora Serrano nos indica en una parte del prólogo al libro“Otras lecturas. Más ensayos de literatura dominicana”, de Di Pietro, cuáles son los autores fundamentales de textos parsimoniosos que poseen un valor literario para nuestro crítico ecléctico. Estas obras son: “La enana Celania y otros cuentos”, de Viriato Sención; “Motivos para aborrecer a Picasso”, de Diógenes Valdez; “La pasión meditabunda”, de Carlos Ardavín; “Desconocidos en el parque”, de Armando Almánzar, así como la novela de este autor titulada “Un siglo de sombras”; de León David, “Antes del holocausto: fragmentos, máximas y apuntes acerca de la extinción del espíritu en la época moderna”; y de Marcallé Abreu, “No verán mis ojos esa horrible ciudad”. (Pp.23-24) Todas las novelas de Marcallé analizadas por Di Pietro en otros libros suyos son reconocidas como portadoras de un gran valor literario y las únicas que cumplen a cabalidad con las exigencias metodológicas del eclecticismo que practica nuestro crítico.

En el ámbito poético, Di Pietro valora como altamente positiva la calidad poética de “La piara”, de Pastor de Moya, y los libros de poemas de Alex Ferreras (“Los lamentos de Lázaro”, “Memorias del dolor”, “De cenizas y naufragios” y “Hasta los dioses mueren”). Igualmente nuestro crítico encuentra un valor elevado a “Manolo”, novela de Edwin Disla, incluso muy por encima de su obra posterior, “Dioses de cuello blanco”. Y el único ensayo sobre una obra teatral que figura en la obra de Di Pietro está consagrado a “Andrómaca”, de Iván García, con la cual el crítico ejecuta un buen ejercicio que pienso deberían leer los que aspiran a convertirse en críticos de teatro, a fin de que constaten cómo abordar ese tipo de texto desde el punto de vista del método ecléctico.

Finaliza la lista de las obras analizadas con el ensayo de Manuel Núñez, “Los días alcionios”, y con la novela de Marcallé Abreu, “La manipulación de los espejos”, largo texto que cierra el libro de Di Pietro. Al de Núñez le concede el crítico ecléctico el pase a la calidad como discurso ideológico-informativo y la novela de Marcallé Abreu se ajusta a los conceptos del método ecléctico que ha aplicado Di Pietro a través de las 303 páginas que conforman los trabajos ensayísticos y de ficción analizados en su libro.

A quienes deseen entrar en contacto con las otras obras que no califican en cuanto a valor literario como textos de plural parsimonioso, les exhorto a leer la obra de Pietro.

Y termino diciendo algo sobre la crítica y la amistad. La primera no tiene nada que ver con la segunda, con lo que suscribo la misma opinión que tiene Di Pietro sobre este tema. La amistad no puede convertirse en un velo que oculte el valor de la obra o sus fallas desde el punto de vista de los conceptos del método al que se adscribe el analista. En una obra literaria, como en los demás discursos humanísticos y sociales, no hay verdad, sino sentidos y puntos de vista que hay que descubrir con el método y sus conceptos aplicados por el analista o el crítico. Acerca de este tema, he dicho siempre lo mismo que afirma Di Pietro en “Otras lecturas…” y en los demás libros que ha escrito con anterioridad.

El hecho de que Di Pietro reivindique a los autores del método ecléctico, sobre todo a Fielder, demuestra que todos venimos de otros críticos que nos antecedieron. Venir de, o seguir a X crítico, no es lo más importante, sino que lo estratégico es lo realizado por el crítico con esas teorías que encontró ya hechas en su cultura (Borges) o con la suya propia si ha venido a este mundo tocado por el don de la inteligencia y la invención o arte de pensar (Meschonnic).

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