El cocido cibaeño

El cocido cibaeño

GUILLERMO A. TORRES CORSINO
“La panza es primero”. Rius.

Cinco garzas se lanzan sobre secos garbanzos, las tres pailas todo de negro arden en el viejo fogón de marrones ladrillos, mientras las llamas prenden de sol amarillo la esperanza de los siete que degustarán el sabroso cocido.

Cinco garzas como el divino fuego del pensamiento. Tres pailas igual al número de la constitución del Universo, de los tres sistemas orgánicos del hombre y de los animales: El cerebro espinal, el digestivo y el respiratorio-sanguíneo.

Siete apetitosos comilones multiplicando en el espectro solar, como los siete sonidos, los siete ángeles ante el trono de Dios, los siete dolores de la Virgen María, los siete días de la creación; sin pensar, que muy bien, podrían caer en los siete pecados capitales, incluyendo la gula.

¡Arden los fogones! Y la batahola de las gentes enardecidas por el ginebra Bermúdez, alcohol de semillas aromatizado con bayas de enebro o Brugal, bajo el brillo alucinante de un cielo empapado de luceros, los ponen a cantar:

«Yo no me quiero casai,
ni quiero tenei mujei;
porque no quiero caigai
la caiga que caiga ei buei…»

En una hirviente paila color pico de garza, se cuecen en trozos los víveres, contándose dos libras de yautía amarilla, igual cantidad de yautía blanca, así de papa como de auyama, y una libra de ñame.

Los gozos de las pailas están calientes y diría Goya: «Tal prisa tiene de engullir que se las traga hirviendo. Hasta en el uso de los placeres son necesarias la templanza y la moderación».

Las tres libras de tierna carne de pecho adobada, se cuecen en ellas, también una gallina picada de apenas cuatro libras, acompañada de una libra de rojo chorizo.

En un sartén se preparan los verdes ajíes cubanela, recao, un cuarto de ajo, una grande cebolla, dos hojas de apio y seis saludables tomates, cortados en trocitos todos.

Las vituallas se han cocido, y las carnes también; el agua de esta últimas calculada en principio para los que degustarán, siete apetitosos comilones, será la fuente principal la cual llevó desde el inicio su cucharada de sal en grano.

Se separan del sartén el recao y los ajíes verde cubanela, para vestirlos de vinagre de naranja agria, y estos serán vertidos los últimos siete minutos al cocido.

Se sofríen las carnes con los demás vegetales en solo una cucharada de aceite crisol, y se echan todos en la grande paila, acompañado de los víveres más fuertes para que en quince minutos juntarlos con la yautía blanca, la auyama y la papa por ser más tiernos; pasando eso quince minutos, se mezclan todos los ingredientes, vertiendo una lata de garbanzos, y en quince minutos extras, moviéndolo constantemente en forma circular, se le da la aprobadita final.

Comienza a servirse el manjar, y los siete originarios comilones se multiplican de siete en siete, y mientras más platos se sacan de la grande paila todo de negro, más cocido aparece, es como el caso de la multiplicación de los panes; algunos llegan a creerse como Donatello en su bronce donde se muestra el tremendo momento en que Salomé, la hija del rey Herodes, pidió la cabeza de San Juan como recompensa a su danza, y la obtuvo: «El Festín de Herodes»; y otros por gulosos se albergaron algún tiempo después de haber pasado sudoroso su hartura, en Cocito; uno de los cinco ríos del infierno, formado con las lágrimas de los condenados y por cuyos márgenes vagaban durante cien años aquellos que habían sido privados de sepulturas. ¡Porque hay gentes que comen con mala fe y muerto que no dan velorio!

Tema presentado en el Pabellón Libro Cocina de la IX Feria Internacional del Libro, Santo Domingo 2006, en homenaje a Marcio Veloz Maggiolo y país invitado de honor Argentina.

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