El códice antiguo

El códice antiguo

Al investigar sobre el esplendor del pasado de su pueblo, el Pachá de la Siribanda hizo toda suerte de descubrimientos, desde códices muy antiguos, hasta colecciones de leyes que conformaron y regularon la vida pública de sus coterráneos durante siglos. Dentro de los documentos hallados siempre le llamó la atención aquel que no podía leer.

Experto en antiquísimas lenguas muertas, recorrió los siete mares siguiendo el itinerario de Simbad el marino, caminó tras las huellas de Gulliver, recorrió los campos secos de la Mancha buscando los lugares y sitios nombrados por el Manco de Lepanto y no pudo encontrar nada.

Recurrió a los más grandes arabistas, sinólogos, practicó los exóticos ritos de los monjes tibetanos y pese a sus constantes y profundas meditaciones abandonó frustrado aquellos hombres que dedicaban su vida  a sus creencias en el techo del mundo. Sus maravillosas historias mantenían a todos con toda la atención puesta en sus palabras. Había tomado agua en el jardín donde vivían las aves del paraíso, se había deshidratado en medio del desierto y bebido aguas del gran cañón del Colorado.

Decía, para asombro de todos, que había cruzado a nado las grandes cataratas de Niágara, de la reina Victoria, del Iguazú.

Conoció los indios de Dato Perdomo, perdidos a horcajadas en la frontera de Venezuela con la selva amazónica donde aprendió a reducir cabezas con los aborígenes de la zona.

Fue el primer hombre que se arrojó de lo alto del salto de Ángel, en un clavado genial e ignorado por los récords Guiness, pues decidió que podía vencer cualquier obstáculo que se le presentara. Además, cuando salió de las aguas lo esperaban las más hermosas huríes del paraíso, cuyos labios destilaban miel y sus ojos iluminaban las madrugadas hasta convertirlas en mañanas, donde un multicolor cántico de aves de plumajes de colores imposibles convertía su despertar en sonrisas.

A lo largo del camino aprendió tanto que recordaba cómo algunas tribus que podían ser venezolanas, colombianas o amazónicas, fumaban con el cigarrillo dentro de la boca para que los dueños de las plantaciones no descubrieran el robo de las hojas de tabaco.

Aprendió a bailar todos los cantos de esclavos de la ciudad de Petra, que descubrió en los petroglifos que contaban historias de pueblos que fueron arrasados por la maldad, tragados por fuerzas malignas que dominaron la vida y la historia.

Cansado de recorrer el mundo en busca de la única verdad que desconocía, llegó a una isla paradisíaca, donde los ruiseñores levantan la mañana y el sol ilumina todos los rincones con su saludo luminoso.

Allí descubrió que el Presidente podía descifrar el texto pero no lo hizo, porque había borrado la palabra honradez del códice antiguo y la cambió por corrupción.

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