El cofre de mis recuerdos

El cofre de mis recuerdos

Repeticiones de Octavio Paz
El corazón y su redoble iracundo
el obscuro caballo de la sangre
caballo ciego caballo desbocado
el carrousel nocturno la noria del terror
el grito contra el muro y la centella rota
Camino andado
camino desandado
El cuerpo a cuerpo con un pensamiento afilado
la pena que interrogo cada día y no responde
la pena que no se aparta y cada noche me despierta
la pena sin tamaño y sin nombre
el alfiler y el párpado traspasado
el párpado del día mal vivido
la hora manchada la ternura escupida
la risa loca y la puta mentira
la soledad y el mundo
Camino andado
El coso de la sangre y la pica y la rechifla
el sol sobre la herida
sobre las aguas muertas el astro hirsuto
la rabia y su acidez recomida
el pensamiento que se oxida
y la escritura gangrenada
el alba desvivida y el día amordazado
la noche cavilada y su hueso roído
el horror siempre nuevo y siempre repetido
Camino andado
camino desandado
El vaso de agua la pastilla la lengua de estaño
el hormiguero en pleno sueño
cascada negra de la sangre
cascada pétrea de la noche
el peso bruto de la nada
zumbido de motores en la ciudad inmensa
lejos cerca lejos en el suburbio de mi oreja
aparición del ojo y el muro que gesticula
aparición del metro cojo
el puente roto y el ahogado
Camino andado
camino desandado
El pensamiento circular y el círculo de familia
¿qué hice qué hiciste qué hemos hecho?
el laberinto de la culpa sin culpa
el espejo que acusa y el silencio que se gangrena
el día estéril la noche estéril el dolor estéril
la soledad promiscua el mundo despoblado
la sala de espera en donde ya no hay nadie
Camino andado y desandado
la vida se ha ido sin volver el rostro.
He tenido la dicha de haber heredado la visión oriental de la familia ampliada. Nací en el seno de una familia numerosa. Muy numerosa. La nuestra era una verdadera tribu. Además de nuestros padres, Ana y Miguel, y los nueve hijos, vivían con nosotros las dos abuelas. La abuela Andrea, mulata y sabia, y la abuela china “Aguian”, que nunca aprendió español y nunca se adaptó al país. Lo más interesante es que ambas abuelas hablaban sin palabras y se entendían y amaban profundamente. Además de esos 13 miembros permanentes de esta gran familia, siempre había unos cuatro primos y primas que venían a vivir temporadas en nuestras casas para hacer sus estudios. Por ejemplo, el primo Luichy vivió en nuestra casa durante los cinco años que duró su carrera universitaria.
La primera casa, situada en el corazón de Santiago, no alcanzaba para alojar a tanta gente. Por esta razón, Papá decidió construir la casa de sus sueños. Una inmensa vivienda de 9 habitaciones, sala, terraza, galería… adecuada para el batallón que viviría allí. Fue bautizado por nuestros amigos como el Hotel Sang. Un nombre que era verdaderamente fiel a la realidad. Mientras se construía, el paseo dominical era ir a ver los avances. Hasta que por fin se produjo la mudanza. Recuerdo la ilusión mientras recogíamos, la nostalgia de dejar el barrio que nos acogió por muchos años. La casa se convirtió
Además de los habituales residentes, era común que nuestros amigos se refugiaran en nuestra casa. El grupo de mi hermano Ping Jan era uno de los más asiduos. Estudiaban ingeniería y amanecían en mi casa. Normalmente se adueñaban del comedor de atrás que mamá tenía como desahogo. Yo no estudiaba en grupo. Normalmente lo hacía con una o dos personas. Mi demanda de espacio no era significativa. Utilizábamos el estudio de mi padre que era pequeño y tenía aire acondicionado, algo muy especial en aquella época. Suk Lang estudiaba con un gran grupo, entre los que estaba su hoy esposo de más de 30 años Víctor Hernández. Utilizaban el comedor formal. Sus amanecidas eran apoteósicas. Cuando se cansaban se tiraban en la sala y la terraza a descansar. Los demás estudiaban solos o con uno o dos amigos, no más. Es decir además de los 20 habitantes cotidianos en la casa, incluyendo a las dos mujeres del servicio que nos ayudaban en las tareas, algunas noches podía haber unas 25 o 30 personas pernoctando. Mamá y papá eran tolerantes. Y acogían a los visitantes con los brazos abiertos, y les ofrecían lo poco o mucho que tenían. El café se colaba por libras en una noche. Las galletas y los panes se agotaban al instante.
La casa era un referente. Los 31 de diciembre el bullicio era indescriptible. Después que nuestros amigos llegaban después de las 12 y se armaba la fiesta. Ahí podíamos quedarnos hasta que el sol hiciera su aparición. Se hizo una tradición que mis padres soportaban estoicamente.
Con el tiempo nos fuimos graduando. La gran mayoría nos fuimos a estudiar al exterior para hacer las especialidades. Otros decidieron casarse para reorganizar sus vidas. En el “Hotel Sang fueron celebradas algunas de nuestras bodas. Pasado el tiempo, y después de la muerte de papa, el gran nido quedó vacío. Mamá, después de muchos sollozos de dudas y dolor, decidió venderlo. Y con su venta enviaba a los recuerdos muchos años de sacrificios, ahorros forzosos e ilusiones para ofrecer a sus hijos una vivienda digna.
Viví en esa casa unos diez años. Me mudé cuando recién cumplía los 15 años y salí por la puerta grande cuando me casé por vez primera y me fui a vivir a París para estudiar. Fueron diez años maravillosos, que tanto impactaron en mi mundo, que hoy, en el otoño existencial, cuando sueño con episodios de mi niñez el escenario es siempre ese hermoso cofre de los recuerdos.
Hoy en esa casa existe un centro cultural y la calle izquierda que bordea la casa fue bautizada con el nombre de “Miguel Sang”, durante la última gestión del síndico José Enrique Sued. Las veces que puedo, cuando voy a Santiago trato de pasar por la casa que una vez fue nuestro hogar, y que ahora está bordeada por la calle que hace un homenaje a papá.
Hoy, en el otoño de mi existencia, recuerdo esa casa con ternura infinita. Tal vez la llegada de mis 62 años me hizo aflorar la nostalgia. Los abrazos, los besos, las ternuras, los pleitos con nuestros padres por cosas que ya ni recuerdo, los choques entre los hermanos por tonterías que hoy nos hacen sonreír. Las serenatas de los enamorados que querían con la música conquistar nuestros corazones. Los primeros amores, los primeros abrazos, los primeros besos, las primeras ilusiones, las primeras desilusiones. Muchas cosas ocurrieron en esa casa inmensa que es guardián silente de nuestros recuerdos.

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