El colapso de las normas de la convivencia

El colapso de las normas de la convivencia

La bomba atómica de Hiroshima, en 1945, destruyó una barrera social, que por más de cien años dominaba la conducta de las naciones, que habían pautado la convivencia de las sociedades humanas con aquellas costumbres, que todavía se añoran,  hoy han rodado por el suelo en todos los países y su gravedad va de acuerdo con el poder económico de cada ser humano y de cada país.

Ese final de la II Guerra Mundial, cuando el mundo europeo se derrumbó con la destrucción masiva de sus ciudades, y los seres humanos, convertidos en animales, luchaban por la supervivencia. En América, una nación empeñada en frenar el totalitarismo y sus esfuerzos puestos para triunfar en la guerra, dislocó desde entonces las costumbres y tradiciones,  que con el paso de los años y la llegada de las drogas estimuladas por los acontecimientos de Vietnam, señalaron el rumbo para un derrumbe moral sin frenos en que ya la música popular  reemplazó en la Casa Blanca aquellos inolvidables conciertos de Beethoven o de Mozart.

El siglo XXI ha encontrado a los seres humanos en desbandada, por doquier  el colapso moral se acrecienta con la cobertura mediática, que como un manto maldito, arropa a los países debido al auge del consumo de todo tipo de drogas y comunicaciones,  que ha dado lugar a las fortunas más increíbles que un país pueda imaginarse, con sus ciudades elevándose hacia el cielo en majestuosas torres.

La víctima de ese cambio de la moral ha sido el desmembramiento del núcleo familiar, que antes se tenía como el sostén social de un conglomerado humano que compartía normas, usos y costumbres, permitiendo la convivencia pacífica y contribuía a un desarrollo mucho más racional dentro de los esquemas económicos, que habían sido establecidos, para apuntalar la cobertura de las necesidades de cada elemento de la sociedad.

Ese cambio de la moral, al destruirse el núcleo  familiar cuando los padres tenían que irse a trabajar para redondear  los ingresos que demandaba una sociedad dispendiosa y competitiva, con los hijos quedando en manos de los abuelos, que era lo menos malo, y lo peor, en manos de una servidumbre que en los países latinos conducía a las aberraciones en la conducta,  increíbles y funestas, que distorsionaban la mente vírgenes de los niños.

El resultado moral, en la segunda década del siglo XXI, es ver a las sociedades inundadas por las conductas más distorsionadas, que van desde una devoción a los ritos satánicos con su secuela del derramamiento de sangre, las comunas para llevar a los éxtasis espirituales  hasta los que salen a las calles a agredir a los ciudadanos  sumisos, que no encuentran en los organismos del orden la seguridad que le aporten tranquilidad, ya que los integrantes de esos cuerpos están más podridos y maleados que los demás sectores de la sociedad.

Reverter esa tendencia hacia el suicidio moral es una tarea impostergable y titánica; ésta requiere de una sacudida  en el comportamiento de  los sectores, que todavía pueden salvar a la humanidad, y a veces por comodidad rehúyen de sus obligaciones y permanecen  a la defensiva, o reaccionan  ya cuando se ven con el agua al cuello y rodeados por  la inmoralidad y desenfreno que solo busca los medios para satisfacer lo que se ve en la publicidad para el  disfrute  desenfrenado de los bienes.

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