El collar de diamantes

El collar de diamantes

HAMLET HERMANN
En estos días que Francia arde por los cuatro costados, ha estado revoloteando el recuerdo de María Antonieta de Austria. Esta bella aristócrata se convirtió en Reina de Francia al casarse con el rey Luis 16. Ella está inscrita en la memoria colectiva como la persona que estaba enfermizamente interesada en hacerse de la joya más espectacular de Europa: un collar de 647 diamantes con un total de 2 mil 800 quilates. Mientras, el pueblo francés se moría de hambre y a gritos pedía pan por las calles de París.

Pero esos clamores no eran escuchados en el Palacio de Versailles porque el escándalo de las fiestas de la nobleza lo impedía. El inevitable final es, de todos, conocido. El reinado de Luis 16 fue derrocado y la bella cabeza de María Antonieta rodó a los pies del verdugo. La traición a la confianza que el pueblo francés tenía en la realeza fue tan grave que la respuesta popular lesionó a la nación entera.

Veleidades aparte, entre las utilidades que tiene la historia universal es que permite a los gobernantes conocer las experiencias de otros lugares y de otros tiempos. Esto ayuda a evitar la repetición de los errores mientras se aprovechan los aciertos. Sin embargo, si los gobernantes se ciegan ante la historia y la realidad palpable alegando que sus delirios de grandeza son lo que más conviene al pueblo, podría acabarse, no ya bajo la guillotina pasada de moda, sino bajo unos resultados electorales desastrosos. ¡Ay de aquellos gobiernos que crean que sus sueños deben estar por encima de las realidades de los gobernados! Hace falta mucha sanidad mental y abundante visión política para separar la paja del grano, distinguir entre las satisfacciones personales y las necesidades colectivas. Obligar a la comunidad a aceptar algún plan gubernamental por el simple hecho de que a los gobernantes les conviene, cae dentro del absurdo político y, a la larga, produce más perjuicios que beneficios. París habla y no miente.

Lo más terrible de estos casos es que los debates que se desatan para justificar una imposición se basan en predicciones sobre premisas falsas y un incierto futuro. De ahí que en discusiones bizantinas se pierda un tiempo precioso. A final de cuentas, el poder político de la nación, en nombre de la prisa, hace uso de su arrogancia para imponerse por encima de las oposiciones de la inmensa mayoría. Incluso hay una agravante de peores consecuencias. No se quiere debatir las conveniencias y las inconveniencias de los proyectos presentados al público como la salvación nacional. La contradicción es la raíz de la vida. El desacuerdo es la base del desarrollo. Nadie puede imponerse en base al doblez porque la verdad, como el agua subterránea, siempre encuentra una grieta por donde salir a la superficie. El discurso unilateral sin analizar las contradicciones como forma de resolverlas sólo puede llevar a la desilusión y al fracaso. Cuando el poder dice que sí a todo y hace lo contrario de aquello que dice haber aceptado, está incurriendo en falsedad. Y lo falso, falso es por más que brille.

Además, ¿cuál es la prisa en acometer proyectos estratégicos dentro de plazos difícilmente alcanzables? ¿Cuál es la prisa de iniciar unos trabajos sin estar seguros de terminarlos satisfactoriamente al precio al cual fue ofrecido para su aceptación? ¿Cómo se castigaría la mentira si lo que se ofrece resulta más caro y de peor calidad? ¿Hay antecedentes de los proponentes en el sentido de que las obras que han realizado hayan resultado ser al mismo precio al cual fueron ofrecidas y con la calidad prometida?

Ante el paralelismo histórico, no puede olvidarse jamás que María Antonieta estaba enfermizamente interesada en hacerse de la joya más espectacular de Europa: un collar de 647 diamantes con un total de 2 mil 800 quilates. Mientras, el pueblo francés se moría de hambre y a gritos pedía pan por las calles de París, el de ayer que es el de hoy. Pero esos clamores no eran escuchados en el Palacio de Versailles porque el escándalo de las fiestas de la nobleza lo impedía. El inevitable final es de todos conocido. El reinado de Luis 16 fue derrocado y la bella cabeza de María Antonieta rodó a los pies del verdugo.

Esto suena como si la historia estuviera hablando suavemente al oído y diciendo: “No se empecinen en llevar a cabo los sueños si perciben mínimamente que la realidad se comporta diferente. Porque el castigo puede ser mayor que la satisfacción.”

Publicaciones Relacionadas

Más leídas