El combustible del motor de Dios

El combustible del motor de Dios

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Hoy es un día muy especial para el catolicismo. Por espacio de más de 700 años, la Iglesia conmemora la presencia real del cuerpo de Cristo en la consagración del pan para recordar el mandato de la Última Cena.

 Aquella vez Jesús ordenó que se repitiera siempre la bendición del pan y del vino, como parte de su cuerpo y sangre, que sería el nuevo sacrificio de la nueva era, que reemplazaba los demás sacrificios humanos y de animales a que estaban acostumbradas las civilizaciones hasta ese entonces, pero se tardó muchos años en erradicar la costumbre de las inmolaciones humanas.

Desde aquel entonces, la aceptación, por millones de seres como una verdad la presencia divina en un pedazo de ostia, del cuerpo y la sangre del Hijo de Dios, es motivo de análisis, discusiones, etc., pero al final apoyar, en la perduración firme la creencia por la fe, que hay algo más que los padecimientos normales del mundo, ahora enfrentado a una probable hambruna por la demanda de alimentos, que millones de seres están reclamando por sus mejores condiciones de vida, en particular en la India, China y otras naciones asiáticas, o desviando una buena parte para la conversión en bio-combustibles.

Hay un factor determinante que se ha destacado en la Iglesia, que en sus lecturas diarias destaca la presencia del Espíritu Santo, llamado el paráclito o el consolador.

Además, con la sabiduría que ese espíritu nos guía, sembrando en el interior deducciones y decisiones, aparentemente espontáneas,  pero que tienen su origen en los designios divinos de Dios de querer ayudar a los seres humanas. Aun cuando a todos se nos concedió el libre albedrío de disponer de los cuerpos, acciones y creencias como mejor nos convenga, en detrimento de los deseos divinos que son de ser instrumentos de amor y dedicados a ayudar a los demás y soportarnos unos a otros.

Hay toda una trayectoria de la historia de la humanidad, después del impacto de la venida del Hijo de Dios a la Tierra, que sin la comprensión del Espíritu Santo, no hubiese sido posible llegar hasta la plenitud del siglo XXI, donde perdura la esencia de una orientación superior.

 Para algunos es el instinto o la inteligencia, para otros es la sabiduría, pero la realidad va más allá de la herencia egoísta transportada en cadena del DNA que influye en nuestras conductas. También hay influencias del amor que son las convenientes y es parte de la convivencia para el desarrollo armónico del ser.

Pero el egoísmo nos lleva a la propia destrucción, que arrasa con el entorno social y humano que nos rodea. Nos apartamos por completo del motivo esencial de la presencia humana en el planeta, sin aprender a amarnos los unos a los otros, cosa que falta mucho para materializarse.

Ahora hay una desesperación para arrollar con los demás, en particular si una hambruna llega a ser real en el mundo, saturado del egoísmo de unos pocos países, que nos empujaría a medidas extremas en que el ingenio humano, guiada por eso combustible divino de Dios, que es el Espíritu Santo, pueda abrimos la mente para reaccionar y devolvernos la esperanza al mundo para un futuro menos negro y más optimista.

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