Curioso espécimen, el comején. Los biólogos lo defienden. Los profanos, como yo, no. No solo por ser visualmente desagradable, sí por su forma de ser. El comején no resiste la claridad. Huye y se escurre al primer brote de la luz. Construye su escondrijo y labra a través con arte y paciencia lo que parece ser su misión. Minar y destruir lo bello y beneficioso: una mata de framboyán o una enjoyada de sabrosos aguacates en mi casa o en una finca en plena producción. Con su madriguera, procura metamorfosearse: pasar inadvertido, formar parte de troncos y ramas del árbol que le da vida o del material orgánico que le sirve de consumo. Las altas cornisas de viejos y nuevos edificios, la techumbre de la casa son sorprendidas por el ramalazo del comején que sigilosamente le conduce a puertas y ventanas desvencijadas por los recuerdos hasta que el ojo advertido destruye al advenedizo visitante con un balde de agua y un cepillo.
Pero no lo crea usted que lo elimina. Su madriguera no es su nido. Puede destruirla, y disponer de la camada, pero con ello no elimina la comejenera, donde se cría el comején oculto en el subsuelo, bajo la superficie de la tierra. Y tendrá que lograr el servicio especializado de fumigación, una acción eficaz inmediata que bajo la amenaza de retorno, cada cierto tiempo, no se conforma con paños tibios para mantener fuera de combate a esa alimaña voraz que todo destruye.
Algo de bueno o algo de imposible debe tener el comején, me dije, visto que hasta los florecidos framboyanes que adornan con su colorido y la majestad de su fronda el entorno del Parque Botánico y otras muchas especies allí cultivadas se vean coronadas de cinturones y nidos flotantes de comejenes, sin que los calificados biólogos, expertos en tratamientos de preservación y reproducción de la vida vegetal puedan ponerle remedio a tanto espanto.
Me vi precisado a consultar. La respuesta, no por inesperada, por justa, me dejo sin palabras. – Nada es inútil ni innecesario en el reino de la naturaleza. Todo tiene su causa y su justificación. Y muchos de los males atribuidos provienen de la imprevisión o del espíritu egoísta y destructor del hombre. Como introito, estuvo bien y me sentí complacido sin necesidad de citar casos y cosas harto conocidas. El comején, entrando en materia, agregó convencido, forma parte del ciclo, de la cadena vital de la naturaleza. Los árboles aquí, en el botánico y en otros lugares llenos de comejenes es porque sus troncos, sus ramas y hasta sus raíces envejecidas están carcomidos. El comején ataca y evita que ese mal se expanda, y con su acción da vida a otras especies que se alimentan de su labor. Cuando se fumiga de manera sistémica e indiscriminada se corre el peligro de interrumpir la cadena, que puede ser el peor de los males. Me detuve. Vi su similitud con el comején político, con la sola diferencia de que la parte positiva de este último todavía está por descubrirse: la cadena de corrupción no se interrumpe.