El concepto de Nación: algunos rasgos psicológicos del dominicano

El concepto de Nación: algunos rasgos psicológicos del dominicano

Julio Ravelo Astacio

Por Julio Ravelo Astacio (3/4)

En la mayoría de los países donde han existido dictaduras, los pueblos que la padecieron, por lo general, inician sus períodos de liberación de estas con manifestaciones conductuales en abierta oposición a las actitudes anteriormente asumidas. Desde los tiempos del oro hasta el descubrimiento de los grandes depósitos petrolíferos, se ha observado cómo cambian las características del pueblo o del país en cuestión.

Se anexan elementos a lo cultural, que unido al nuevo poder adquisitivo lleva a familias y pueblos a modificar de manera significativa lo que hasta entonces fueron sus patrones culturales, costumbres, tradiciones, y hasta sus gustos. Ni hablar de su vivienda, forma de vestir, alimentarse. Se altera su forma de vivir.

Con estas premisas, considero oportuno valorar algunas afirmaciones que sobre la piscología del dominicano se han venido haciendo. Para ello, me permito tomar las observaciones que sobre el particular hizo el distinguido maestro Dr. Antonio Zaglul.

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Al Dr. Zaglul le comencé a tratar en la UASD, a inicios del “Movimiento Renovador”.

Era decano de nuestra facultad. Yo estudiante de medicina y delegado estudiantil ante el Consejo Universitario por el Grupo Fragua. Los dos macorisanos, serie 23, fanáticos de las Estrellas Orientales. Tuvimos siempre una buena empatía. Una amistad afectuosa, respetuosa. Alegre, buen bailador, amigo de compartir un trago, fumador: teniendo siempre a manos dos o tres cajas de cigarrillos, un encendedor y una caja de fósforos, por si acaso.

Certero en sus juicios y apreciaciones, buen conversador, amigo de un buen café, espíritu alegre y una sonrisa que se escapaba por sí sola. Pícnico de características, como él mismo nos enseñó. Nos juntamos y compartimos en Madrid, siendo embajador dominicano en esa urbe, mientras nos desempeñábamos como decano de la Facultad Ciencias de la Salud en la UASD.

Creo muy difícil desarraigar esa forma de ser nuestra. La paranoia de Nicolás de Ovando, Osorio, Santana y Trujillo, en un lapso de cuatro siglos, han creado un tipo de persona que bajo protesta inconsciente vive en una isla dividida, que tiene estructurada su personalidad ancestral a través de atropellos, humillaciones, delaciones y muertes; que lucha por malvivir en un medio que es tan hostil o que cree así y hace que desconfíe de todo y de todos (Zaglul, Antonio. Apuntes, 1974). Nada ni nadie de los que nacen en este pedazo de isla, sirve o creemos que no sirve. El trópico nos hace haraganes…

Y se pregunta: ¿Es que somos un pueblo con una depresión mental colectiva y crónica? ¿Complejo de isleño? ¿Complejo de mutilación por vivir en una isla compartida? ¿nuestro sedimento político histórico? ¿inseguridad económica?

Zaglul, analizando la letra de muchos merengues y mangulinas nuestros, afirma que, apuntan con muchísima frecuencia a la palabra “muerte”, “matón”, “maté”, “mataron” y “murió”. Y muchos etcéteras con sabor a funeraria. Concluyendo que: “El dominicano baila su pena”.

El profesor Zaglul hace un agudo señalamiento en torno a la paranoia del dominicano.

Crea sobre esta base “la teoría del gancho”, según la cual, el dominicano generalmente actúa con desconfianza y cree que los demás pretenden hacerle daño.

Compartimos con el maestro el que este comportamiento está basado en un proceso histórico traumático, de salvajes represiones que van desde el inicio de la Colonia a diferentes invasiones, ocupaciones extranjeras, hasta los regímenes despóticos que hemos padecido.

Pero conviene preguntarnos si otro tanto no ocurrió con países que sin haber tenido una trayectoria como pueblo, tan doloroso como la nuestra, pero sí han padecido las barbaridades que las tiranías impusieron en varios países de Hispanoamérica y otros continentes.

Qué habría pasado con los brasileños en los tiempos de la dictadura, a los españoles con Franco, los nicaragüenses con Somoza, en Haití con las presidencias vitalicias de Duvalier, en Paraguay con Stroessner, en Portugal con Salazar, ¿no habría quedado también en esos y otros países rasgos paranoicos en su población? Podría ser que, en los años subsiguientes a la muerte de Trujillo, esa manifestación se percibiera de manera frecuente, pero, considero que la misma se ha ido atenuando de manera considerable y ello se corresponde con la seguridad que poco a poco se ha venido devolviendo a la vida ciudadana.

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